El último libro de Dan
Brown se llama “Infierno inspirada en “La divina comedia”. Mi hijo Santiago,
empezó a leerla y desde sus primeras páginas me ha hecho mil preguntas
sobre el texto y la interpretación hecha
por Dante. La mejor respuesta está en una conferencia de Borges que hace parte
del libro “Borges oral”. He querido traerla a colación por ser una de las
conferencias más bellas y lúcidas del escrito Argentino.
LA
DIVINA COMEDIA
Paul Claudel ha escrito en
una página indigna de Paul Claudel que los espectáculos que nos aguardan más
allá de la muerte corporal no se parecerán, sin duda, a los que muestra Dante
en el Infierno, en el Purgatorio y en el Paraíso, Esta curiosa observación de
Claudel, en un artículo por lo demás admirable, puede ser comentada de dos
modos.
En primer término, vemos en
esta observación una prueba de la intensidad del texto de Dante, el hecho de
que una vez leído el poema y mientras lo
leemos tendemos a pensar que él se imaginaba el otro mundo exactamente como lo
presenta. Fatalmente creemos que Dante se imaginaba que una vez muerto, se
encontraría con la montaña inversa del Infierno o con las terrazas del
Purgatorio o con los cielos concéntricos del Paraíso. Además, hablaría con
sombras (sombras de la Antigüedad clásica) y algunas conversarían con él en
tercetos en italiano.
Ello es evidentemente
absurdo. La observación de Claudel corresponde no a lo que razonan los lectores
(porque razonándola se darían cuenta de que es absurda) sino a lo que sienten y
a lo que puede alejarlos del placer, del intenso placer de la lectura de la
obra.
Para refutarla, abundan
testimonios. Uno es la declaración que se atribuye al hijo de Dante. Dijo que
su padre se había propuesto mostrar la vida de los pecadores bajo la imagen del
Infierno, la vida de los penitentes bajo la imagen del Purgatorio y la vida de
los justos bajo la imagen del Paraíso. No leyó de un modo literal. Tenemos,
además, el testimonio de Dante en la epístola dedicada a Can Grande della
Scala.
La epístola ha sido
considerada apócrifa, pero de cualquier modo no puede ser muy posterior a Dante
y, sea lo que fuere, es fidedigna de su época. En ella se afirma que la Comedia
puede ser leída de cuatro modos. De esos cuatro modos, uno es el literal;
otro, el alegórico. Según éste, Dante sería el símbolo del hombre, Beatriz el
de la fe y Virgilio el de la razón.
La idea de un texto capaz
de múltiples lecturas es característica de la Edad Media, esa Edad Media tan
calumniada y compleja que nos ha dado la arquitectura gótica, las sagas de Islandia
y la filosofía escolástica en la que todo está discutido. Que nos dio, sobre
todo, la Comedia, que seguimos leyendo y que nos sigue asombrando, que
durará más allá de nuestra vida, mucho más allá de nuestras vigilias y que será
enriquecida por cada generación de lectores.
Conviene recordar aquí a
Escoto Erígena, que dijo que la Escritura es un texto que encierra infinitos
sentidos y que puede ser comparado con el plumaje tornasolado del pavo real.
Los cabalistas hebreos
sostuvieron que la Escritura ha sido escrita para cada uno de los fieles; lo
cual no es increíble si pensamos que el autor del texto y el autor de los
lectores es el mismo: Dios. Dante no tuvo por qué suponer que lo que él nos
muestra corresponde a una imagen real del mundo de la muerte. No hay tal cosa.
Dante no pudo pensar eso.
Creo, sin embargo, en la
conveniencia de ese concepto ingenuo, ese concepto de que estamos leyendo un
relato verídico. Sirve para que nos dejemos llevar por la lectura. De mí sé
decir que soy nunca he leído un libro porque fuera antiguo. He leído libros por
la emoción estética que me deparan y he postergado los comentarios y las
críticas. Cuando leí por primera vez la Comedia, me dejé llevar por la
lectura. He leído la Comedia como he leído otros libros menos famosos.
Quiero confiarles, ya que estamos entre amigos, y ya que no estoy hablando con
todos ustedes sino con cada uno de ustedes, la historia de mi comercio personal
con la Comedia.
con todos ustedes sino con
cada uno de ustedes, la historia de mi comercio personal con la Comedia.
Todo empezó poco antes de
la dictadura. Yo estaba empleado en una biblioteca del barrio de Almagro. Vivía
en Las Heras y Pueyrredón, tenía que recorrer en lentos y solitarios tranvías
el largo trecho que desde ese barrio del Norte va hasta Almagro Sur, a una
biblioteca situada en la Avenida La Plata y Carlos Calvo. El azar (salvo que no
hay azar, salvo que lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja
maquinaria de la causalidad) me hizo encontrar tres pequeños volúmenes en la
Librería Mitchell, hoy desaparecida, que me trae tantos recuerdos. Esos tres
volúmenes (yo debería haber traído uno como talismán, ahora) eran los tomos del
Infierno, del Purgatorio y del Paraíso, vertidos al inglés por Carlyle, no por
Thonias Carlyle, del que hablaré luego. Eran libros muy cómodos, editados por
Dent. Cabían en mi bolsillo. En una página estaba el texto italiano y en la
otra el texto en inglés, vertido literalmente. Imaginé este modus operandi:
leía primero un versículo, un terceto, en prosa inglesa; luego leía el mismo
versículo, el mismo terceto, en italiano; iba siguiendo así hasta llegar al fin
del canto. Luego leía todo el canto en inglés y luego en italiano.
En esa primera lectura
comprendí que las traducciones no pueden ser un sucedáneo del texto original.
La traducción puede ser, en todo caso, un medio y un estímulo para acercar al
lector al original; sobre todo, en el caso del español. Creo que Cervantes, en
alguna parte del Quijote, dice que con dos ochavos de lengua toscana uno
puede entender a Ariosto.
Pues bien; esos dos ochavos
de lengua toscana me fueron dados por la semejanza fraterna del italiano y el
español. Ya entonces observé que los versos, sobre todo los grandes versos de Dante,
son mucho más de lo que significan. El verso es, entre tantas otras cosas, una
entonación, una acentuación muchas veces intraducibie. Eso lo observé desde el
principio. Cuando llegué a la cumbre del Paraíso, cuando llegué al Paraíso
desierto, ahí, en aquel momento en que Dante está abandonado por Virgilio y se
encuentra solo y lo llama, en aquel momento sentí que podía leer directamente
el texto italiano y sólo mirar de vez en cuando el texto inglés. Leí así los
tres volúmenes en esos lentos viajes de tranvía. Después leí otras ediciones.
He leído muchas veces la Comedia.
La verdad es que no sé italiano, no sé otro italiano que el que me enseñó Dante
y que el que me enseñó, después, Ariosto cuando leí el Furioso. Y luego el más
fácil, desde luego, de Croce, He leído casi todos los libros de Croce y no
siempre estoy de acuerdo con él, pero siento su encanto. El encanto es, como
dijo Stevenson, una de las cualidades esenciales que debe tener el escritor.
Sin el encanto, lo demás es inútil.
ellas, dos me reservo
particularmente: la de Mornigliano y la de Grabher. Recuerdo también la de Hugo
Steiner. Leía todas las ediciones que encontraba y me distraía con los
distintos comentarios, las distintas interpretaciones de esa obra múltiple.
Comprobé que en las ediciones más antiguas predomina el comentario teológico;
en las del siglo diecinueve, el histórico, y actualmente el estético, que nos
hace notar la acentuación de cada verso, una de las máximas virtudes de Dante.
Se ha comparado a Milton
con Dante, pero Milton tiene una sola música: es lo que se llama en inglés “un
estilo sublime”. Esa música es siempre la misma, más allá de las emociones de
los personajes. En cambio en Dante, como en Shakespeare, la música va siguiendo
las emociones. La entonación y la acentuación son lo principal, cada frase debe
ser leída y es leída en voz alta.
Digo es leída en voz alta
porque cuando leemos versos que son realmente admirables, realmente buenos,
tendemos a hacerlo en voz alta. Un verso bueno no permite que se lo lea en voz baja,
o en silencio. Si podemos hacerlo, no es un verso válido: el verso exige la
pronunciación. El verso siempre recuerda que fue un arte oral antes de ser un
arte escrito, recuerda que fue un canto.
Hay dos frases que lo
confirman. Una es la de Homero o la de los griegos que llamamos Homero, que
dice en la Odisea: “los dioses tejen desventuras para los hombres para
que las generaciones venideras tengan algo que cantar”. La otra, muy posterior,
es de Mallarmé y repite lo que dijo Homero menos bellamente; “tout aboutit
en un livre”, “todo para en un libro”. Aquí tenemos las dos diferencias;
los griegos hablan de generaciones que cantan, Mallarmé habla de un objeto, de
una cosa entre las cosas, un libro. Pero la idea es la misma, la idea de que
nosotros estamos hechos para el arte, estamos hechos para la memoria, estamos
hechos para la poesía o posiblemente estamos hechos para el olvido. Pero algo
queda y ese algo es la historia o la poesía, que no son esencialmente
distintas.
Carlyle y otros críticos
han observado que la intensidad es la característica más notable de Dante. Y si
pensamos en los cien cantos del poema parece realmente un milagro que esa
intensidad no decaiga, salvo en algunos lugares del Paraíso que para el poeta
fueron luz y para nosotros sombra. No recuerdo ejemplo análogo de otro
escritor, * únicamente quizá en La tragedia de Macbeth de Shakespeare,
que empieza con las tres brujas o las tres parcas o las tres hermanas fatales y
que luego sigue hasta la muerte del héroe y en ningún momento afloja la
intensidad.
Quiero recordar otro rasgo:
la delicadeza de Dante. Siempre pensamos en el sombrío y sentencioso poema
florentino y olvidamos que la obra está llena de delicias, de deleites, de
ternuras.
Esas ternuras son parte de
la tramación. El verso siempre recuerda que fue un arte oral antes de ser un
arte escrito, recuerda que fue un canto.
Hay dos frases que lo
confirman. Una es la de Homero o la de los griegos que llamamos Homero, que
dice en la Odisea: “los dioses tejen desventuras para los hombres para
que las generaciones venideras tengan algo que cantar”. La otra, muy posterior,
es de Mallarmé y repite lo que dijo Homero menos bellamente; “tout aboutit en
un livre”, “todo para en un libro”. Aquí tenemos las dos diferencias; los
griegos hablan de generaciones que cantan, Mallarmé habla de un objeto, de una
cosa entre las cosas, un libro. Pero la idea es la misma, la idea de que
nosotros estamos hechos para el arte, estamos hechos para la memoria, estamos
hechos para la poesía o posiblemente estamos hechos para el olvido. Pero algo
queda y ese algo es la historia o la poesía, que no son esencialmente
distintas.
Carlyle y otros críticos
han observado que la intensidad es la característica más notable de Dante. Y si
pensamos en los cien cantos del poema parece realmente un milagro que esa
intensidad no decaiga, salvo en algunos lugares del Paraíso que para el poeta
fueron luz y para nosotros sombra. No recuerdo ejemplo análogo de otro
escritor, * únicamente quizá en La tragedia de Macbeth de Shakespeare, que
empieza con las tres brujas o las tres parcas o las tres hermanas fatales y que
luego sigue hasta la muerte del héroe y en ningún momento afloja la intensidad.
Quiero recordar otro rasgo:
la delicadeza de Dante. Siempre pensamos en el sombrío y sentencioso poema
florentino y olvidamos que la obra está llena de delicias, de deleites, de
ternuras. Esas ternuras son parte de la trama de la obra. Por ejemplo, Dante
habrá leído en algún libro de geometría que el cubo es el más firme de los
volúmenes. Es una observación corriente que no tiene nada de poética y sin
embargo Dante la usa como una metáfora del hombre que debe soportar la desventura:
“buon tetrágono a i colpe di fortuna”; el hombre es un buen tetrágono, un cubo,
y eso es realmente raro.
Recuerdo asimismo la
curiosa metáfora de la flecha. Dante quiere hacernos sentir la velocidad de la
flecha que deja el arco y da en el blanco. Nos dice que se clava en el blanco y
que sale del arco y que deja la cuerda; invierte el principio y el fin para
mostrar cuan rápidamente ocurren esas cosas.
Hay un verso que está
siempre en mi memoria. Es aquel del primer canto del Purgatorio que se refiere
a esa mañana, esa mañana increíble en la montaña del Purgatorio, en el Polo
Sur. Dante, que ha salido de la suciedad, de la tristeza y el horror del
Infierno, dice “dolce color d’ oriental zaffiro”. El verso impone esa
lentitud a la voz. Hay que decir oriental:
dolce
color ¿’oriental zafiro
che
s’accoglieva
nel sereno aspetto
del
mezzo puro infino al primo giro.
Quisiera demorarme sobre el
curioso mecanismo de ese verso, salvo que la palabra “mecanismo” es demasiado
dura para lo que quiero decir. Dante describe el cielo oriental, describe la
aurora y compara el color de la aurora el del zafiro. Y lo compara con un
zafiro que se llama zafiro oriental”, zafiro del Oriente. En dolce color d’
oriental zaffiro hay un juego de espejos, ya que el Oriente se explica por
el color del zafiro y ese zafiro es un “zafiro oriental”. Es decir, un zafiro
que está cargado de la riqueza de la palabra “oriental”; está lleno, digamos,
de Las mil y una noches que Dante no conoció pero que sin embargo ahí
están.
Recordaré también el famoso
verso final del canto quinto del Infierno: “e caddi come carpo morto cade”.
¿Por qué retumba la caída? La caída retumba por la repetición de la palabra
“cae”.
Toda la Comedia está
llena de felicidades de ese tipo. Pero lo que la mantiene es el hecho de ser
narrativa. Cuando yo era joven se despreciaba lo narrativo, se lo llamaba
anécdota y se olvidaba que la poesía empezó siendo narrativa, que en las raíces
de la poesía está la épica y la épica es el género poético primordial,
narrativo. En la épica está el tiempo, en la épica hay un antes, un mientras y
un después; todo eso está en la poesía.
Yo aconsejaría al lector el
olvido de las discordias de los güelfos y gibelinos, el olvido de la escolástica,
incluso el olvido de las alusiones mitológicas y de los versos de Virgilio que
Dante repite, a veces mejorándolos, excelentes como son en latín. Conviene, por
lo menos al principio, atenerse al relato. Creo que nadie puede dejar de
hacerlo.
Entramos, pues, en el
relato, y entramos de un modo casi mágico porque actualmente, cuando se cuenta
algo sobrenatural, se trata de un escritor incrédulo que se dirige a lectores incrédulos
y tiene que preparar lo sobrenatural. Dante no necesita eso: “Nel mezzo del
cammin di nostra vita / mí ritrovai per una selva oscura”. Es decir, a los
treinta y cinco años “me encontré en mitad de una selva oscura” que puede ser
alegórica, pero en la cual creemos físicamente: a los treinta y cinco años,
porque la Biblia aconseja la edad de setenta a los hombres prudentes. Se entiende
que después todo es yermo, “bleak”, como se llama en inglés, todo es ya
tristeza, zozobra. De modo que, cuando Dante escribe “nel mezzo del cammin
di nostra vita”, no ejerce una vaga retórica: está diciéndonos exactamente
la fecha de la visión, la de los treinta y cinco í años.
No creo que Dante fuera un
visionario. Una visión es breve. Es imposible una, visión tan larga como la de
la Comedia. La visión fue voluntaria: debemos abandonarnos a ella y
leerla, con fe poética. Dijo Coleridge que la fe poética es una voluntaria
suspensión de la incredulidad. Si asistimos a una representación de teatro
sabemos que en el escenario hay hombres disfrazados que repiten las palabras de
Shakespeare, de Ibsen o de Pirandello que les han puesto en la boca. Pero nosotros
aceptamos que esos hombres no son disfrazados; que ese hombre disfrazado que monologa
lentamente en las antesalas de la venganza es realmente el príncipe de
Dinamarca, Hamlet; nos abandonamos. En el cinematógrafo es aún más curioso el
procedimiento, porque estamos viendo no ya al disfrazado sino fotografías de
disfrazados y sin embargo creemos en ellos mientras dura la proyección.
En el caso de Dante, todo
es tan vivido que llegamos a suponer que creyó en su otro mundo, de igual modo
como bien pudo creer en la geografía geocéntrica o en la astronomía geocéntrica
y no en otras astronomías.
Conocemos profundamente a
Dante por un hecho que fue señalado por Paul Groussac: porque la Comedia está
escrita en primera persona. No es un mero artificio gramatical, no significa decir
“vi” en lugar de “vieron” o de “fue”. Significa algo más, significa que Dante
es uno de los personajes de la Comedia. Según Groussac, fue un rasgo
nuevo. Recordemos que, antes de Dante, San Agustín escribió sus Confesiones.
Pero estas Confesiones, precisamente por su retórica espléndida, no
están tan cerca de nosotros como lo está Dante, ya que la espléndida retórica
del africano se interpone entre lo que quiere decir y lo que nosotros oímos.
El hecho de una retórica
que se interpone es desgraciadamente frecuente. La retórica debería ser un
puente, un camino; a veces es una muralla, un obstáculo. Lo cual se observa en
escritores tan distintos como Séneca, Que-vedo, Milton o Lugones. En todos
ellos las palabras se interponen entre ellos y nosotros.
A Dante lo conocemos de un
modo más íntimo que sus contemporáneos. Casi diría que lo conocemos como lo
conoció Virgilio, que fue un sueño suyo. Sin duda, más de lo que lo pudo conocer
Beatriz Portinari; sin duda, más que nadie. Él se coloca ahí y está en el
centro de la acción. Todas las cosas no sólo son vistas por él, sino que él
toma parte. Esa parte no siempre está de acuerdo con lo que describe y es lo
que suele olvidarse.
Vemos a Dante aterrado por
el Infierno; tiene que estar aterrado no porque fuera cobarde sino porque es
necesario que esté aterrado para que creamos en el Infierno. Dante está
aterrado, siente miedo, opina sobre las cosas. Sabemos lo que opina no por lo
que dice sino por lo poético, por la entonación, por la acentuación de su
lenguaje.
Tenemos el otro personaje.
En verdad, en la Comedia hay tres, pero ahora hablaré del segundo. Es
Virgilio. Dante ha logrado que tengamos dos imágenes de Virgilio: una, la
imagen que nos deja la Eneida o que nos dejan las Geórgicas; la
otra, la imagen más íntima que nos deja la poesía, la piadosa poesía de Dante. Uno
de los temas de la literatura, como uno de los temas de la realidad, es la
amistad. Yo diría que la amistad es nuestra pasión argentina. Hay muchas
amistades en la literatura, que está tejida de amistades. Podemos evocar
algunas. ¿Por qué no pensar en Quijote y Sancho, o en Alonso Quijano y
Sancho, ya que para Sancho “Alonso Quijano” es Alonso Quijano y sólo al
fin llega a ser Don Quijote? ¿Por qué no pensar en Fierro y Cruz, en
nuestros dos gauchos que se pierden en la frontera? ¿Por qué no pensar en el
viejo tropero y en Fabio Cáceres? La amistad es un tema común, pero
generalmente los escritores suelen recurrir al contraste de los dos amigos. He
olvidado otros dos amigos ilustres, Kim y el lama, que también ofrecen el
contraste.
En el caso de Dante, el
procedimiento es más delicado. No es exactamente un contraste, aunque tenemos
la actitud filial: Dante viene a ser un hijo de Virgilio y al mismo tiempo es
superior a Virgilio porque se cree salvado. Cree que merecerá la gracia o que
la ha merecido, ya que le ha sido dada la visión. En cambio, desde el comienzo
del Infierno sabe que Virgilio es un alma perdida, un reprobo; cuando Virgilio
le dice que no podrá acompañarlo más allá del Purgatorio, siente que el latino
será para siempre un habitante del terrible “nobile castello” donde
están las grandes sombras de los grandes muertos de la Antigüedad, los que por
ignorancia invencible no alcanzaron la palabra de Cristo. En ese mismo momento,
Dante dice: “Tu, duca; tu, signare; tu, maestro”... Para cubrir ese
momento, Dante lo saluda con palabras magníficas y habla del largo estudio y
del gran amor que le han hecho buscar su volumen y siempre se mantiene esa
relación entre los dos. Esa figura esencialmente triste de Virgilio, que se
sabe condenado a habitar para siempre en el nobile castello lleno de la
ausencia de Dios... En cambio, a Dante le será permitido ver a Dios, le será
permitido comprender el universo.
Tenemos, pues, esos dos
personajes. Luego hay miles, centenares, una multitud de personajes de los que
se ha dicho que son episódicos. Yo diría que son eternos.
Una novela contemporánea
requiere quinientas o seiscientas páginas para hacernos conocer a alguien, si
es que lo conocemos. A Dante le basta un solo momento. En ese momento el
personaje está definido para siempre. Dante busca ese momento central
inconscientemente. Yo he querido hacer lo mismo en muchos cuentos y he sido
admirado por ese hallazgo, que es el hallazgo de Dante en la Edad Media, el de
presentar un momento como cifra de una vida. En Dante tenemos esos personajes,
cuya vida puede ser la de algunos tercetos y sin embargo esa vida es eterna.
Viven en una palabra, en un acto, no se precisa más; son parte de un canto,
pero esa parte es eterna. Siguen viviendo y renovándose en la memoria y en la
imaginación de los hombres.
Dijo Carlyle que hay dos
características de Dante. Desde luego hay más, pero dos son esenciales: la
ternura y el rigor (salvo que la ternura y el rigor no se contraponen, no son
opuestos). Por un lado, está la ternura humana de Dante, lo que Shakespeare
llamaría “the milk of human kindness”, “la leche de la bondad humana”. Por el otro lado está el saber que somos
habitantes de un mundo riguroso, que hay un orden. Ese orden corresponde al
Otro, al tercer interlocutor.
Recordemos
dos ejemplos. Vamos a tomar el episodio más conocido del Infierno, el del canto
quinto, el de Paolo y Francesca. No pretendo abreviar lo que Dante ha dicho
—sería una irreverencia mía decir en otras palabras lo que él ha dicho para
siempre en su italiano—; quiero recordar simplemente las circunstancias.
Dante
y Virgilio llegan al segundo círculo (si mal no recuerdo) y ahí ven el remolino
de almas y sienten el hedor del pecado, el hedor del castigo. Hay
circunstancias físicas desagradables. Por ejemplo Minos, que se enrosca la cola
para significar a qué círculo tienen que bajar los condenados.
Eso
es deliberadamente feo porque se entiende que nada puede ser hermoso en el
Infierno. Al llegar a ese círculo en el que están penando los lujuriosos, hay grandes
nombres ilustres. Digo “grandes nombres” porque Dante, cuando empezó a escribir
el canto, no había llegado aún a la perfección de su arte, al hecho de hacer
que los personajes fueran algo más que sus nombres. Sin embargo esto le sirvió
para describir al nobile castello.
Vemos
a los grandes poetas de la Antigüedad. Entre ellos está Homero, espada en mano.
Cambian palabras que no es honesto repetir. Está bien el silencio, porque todo
condice con ese terrible pudor de quienes están condenados al Limbo, de quienes
no verán nunca el rostro de Dios. Cuando llegamos al canto quinto, Dante ha
llegado a su gran descubrimiento: la posibilidad de un diálogo entre las almas
de los muertos y el Dante que los sentirá y juzgará a su modo. No, no los juzgará:
él sabe que no es el Juez, que el Juez es el Otro, un tercer interlocutor, la
Divinidad.
Pues
bien: ahí están Homero, Platón, otros grandes hombres ilustres. Pero Dante ve a
dos que él no conoce, menos ilustres, y que pertenecen al mundo contemporáneo:
Paolo y Francesca. Sabe cómo han muerto ambos adúlteros, los llama y ellos
acuden. Dante nos dice: “Quali colombe dal disio chiamate”. Estamos ante dos
reprobos y Dante los compara con dos palomas llamadas por el deseo, porque la
sensualidad tiene que estar también en lo esencial de la escena. Se acercan a
él y Francesca, que es la única que habla (Paolo no puede hacerlo), le agradece
que los haya llamado y le dice estas palabras patéticas: “Se fosse árnica U Re
dell’universo / noi preghremmo lui per la tua pace”, “si fuese amigo el Rey del
universo (dice Rey del universo porque no puede decir Dios, ese nombre está
vedado en el Infierno y en el Purgatorio), le rogaríamos por tu paz”, ya que tú
te apiadas de nuestros males.
Francesca cuenta su
historia y la cuenta dos veces. La primera la cuenta de un modo reservado, pero
insiste en que ella sigue estando enamorada de Paolo. El arrepentimiento está vedado
en el Infierno; ella sabe que ha pecado y sigue fiel a su pecado, lo que le da
una grandeza heroica. Sería terrible que se arrepintiera, que se quejara de lo
ocurrido. Francesca sabe que el castigo es justo, lo acepta y sigue amando a
Paolo.
Dante tiene una curiosidad.
“Amor condusse noi ad una morte”: Paolo y Francesca han sido asesinados
juntos. A Dante no le interesa el adulterio, no le interesa el modo como fueron
descubiertos ni ajusticiados: le interesa algo más íntimo, y es saber cómo
supieron que estaban enamorados, cómo se enamoraron, cómo llegó el tiempo de
los dulces suspiros. Hace la pregunta.
Apartándome de lo que estoy
diciendo, quiero recordar una estrofa, quizá la mejor estrofa de Leopoldo
Lugones, inspirada sin duda en el canto quinto del Infierno. Es la primera
cuartera de “Alma venturosa”, uno de los sonetos de Las horas doradas,
de 1922:
Al
promediar la tarde de aquel día,
Cuando
iba mi habitual adiós a darte,
Fue
una vaga congoja de dejarte
Lo
que me hizo saber que te quería.
Un poeta inferior hubiera
dicho que el hombre siente una gran tristeza al despedirse de la mujer, y
hubiera dicho que se veían raramente. En cambio, aquí, “cuando iba mi habitual
adiós a darte” es un verso torpe, pero eso no importa; porque decir “un
habitual adiós” expresa que se veían frecuentemente, y luego “fue una vaga
congoja de dejarte / lo que me hizo saber que te quería”.
El tema es esencialmente el
mismo del canto quinto: dos personas que descubren que están enamoradas y que
no lo sabían. Es lo que Dante quiere saber, y quiere que le cuente cómo
ocurrió. Ella le refiere que leían un día, para deleitarse, sobre Lancelote y
cómo lo aquejaba el amor. Estaban solos y no sospechaban nada. ¿Qué es lo que
no sospechaban? No sospechaban que estaban enamorados. Y estaban leyendo una
historia de La matiere de Bretagne, uno de esos libros que imaginaron
los britanos en Francia después de la invasión sajona. Esos libros que
alimentaron la locura de Alonso Quijano y que revelaron su amor culpable
a Paolo y Francesca. Pues bien: Francesca declara que a veces se ruborizaban,
pero que hubo un momento, “guando leggemmo il disiato riso”, “cuando
leímos la deseada sonrisa”, en que fue besada por tal amante; éste que no se separará
nunca de mí, la boca me besó, “tutto tremante”.
Hay algo que no dice Dante,
que se siente a lo largo de todo el episodio y que quizá le da su virtud. Con
infinita piedad, Dante nos refiere el destino de los dos amantes y sentimos que
él envidia ese destino. Paolo y Francesca están en el Infierno, él se salvará,
pero ellos se han querido y él no ha logrado el amor de la mujer que ama, de
Beatriz. En esto hay una jactancia también, y Dante tiene que sentirlo como
algo terrible, porque él ya está ausente de ella. En cambio, esos dos réprobos
están juntos, no pueden hablarse, giran en el negro remolino sin ninguna
esperanza, ni siquiera nos dice Dante la esperanza de que los sufrimientos
cesen, pero están juntos. Cuando ella habla, usa el nosotros: habla por
los dos, otra forma de estar juntos. Están juntos para la eternidad, comparten
el Infierno y eso para Dante tiene que haber sido una suerte de Paraíso.
Sabemos que está muy
emocionado. Luego cae como un cuerpo muerto.
Cada uno se define para
siempre en un solo instante de su vida, un momento en el que un hombre se
encuentra para siempre consigo mismo. Se ha dicho que Dante es cruel con
Francesca, al condenarla. Pero esto es ignorar al Tercer Personaje. El dictamen
de Dios no siempre coincide con el sentimiento de Dante. Quienes no comprenden
la Comedia dicen que Dante la escribió para vengarse de sus enemigos y
premiar a sus amigos. Nada más falso. Nietzsche dijo falsísimamente que Dante
es la hiena que versifica entre las tumbas. La hiena que versifica es una
contradicción; por otra parte, Dante no se goza con el dolor. Sabe que hay
pecados imperdonables, capitales. Para cada uno elige una persona que ha
cometido ese pecado, pero que en todo lo demás puede ser admirable o adorable.
Francesca y Paolo sólo son lujuriosos. No tienen otro pecado, pero uno basta para
condenarlos.
La idea de Dios como
indescifrable es un concepto que ya encontramos en otro de los libros esenciales
de la humanidad. En el Libro de Job, ustedes recordarán cómo Job condena a
Dios, cómo sus amigos lo justifican y cómo al fin Dios habla desde el
torbellino y rechaza por igual a quienes lo justifican y a quienes lo acusan. Dios
está más allá de todo juicio humano y para ayudarnos a comprenderlo se sirve de
dos ejemplos extraordinarios: el de la ballena y el del elefante. Busca estos
monstruos para significar que no son menos monstruosos para nosotros que el
Leviatán y el Behemot (cuyo nombre es plural y significa muchos animales en
hebreo). Dios está más allá de todos los juicios humanos y así lo declara Él
mismo en el Libro de Job. Y los hombres se humillan ante Él porque se han
atrevido a juzgarlo, a justificarlo. No lo precisa. Dios está, como diría Nietzsche,
más allá del bien y del mal. Es otra categoría.
Si Dante hubiera coincidido
siempre con el Dios que imagina, se vería que es un Dios falso, simplemente una
réplica de Dante: En cambio, Dante tiene que aceptar ese Dios, como tiene que aceptar
que Beatriz no lo haya querido, que Florencia es infame, como tendrá que
aceptar su destierro y su muerte en Ravena. Tiene que aceptar el mal del mundo
al mismo tiempo que tiene que adorar a ese Dios que no entiende.
Hay un personaje que falta
en la Comedia y que no podía estar porque hubiera sido demasiado humano.
Ese personaje es Jesús. No aparece en la Comedia como aparece en los Evangelios:
el humano Jesús de los Evangelios no puede ser la Segunda Persona de la
Trinidad que la Comedia exige.
Quiero llegar, por fin, al
segundo episodio, que es para mí el más alto de la Comedia. Se encuentra
en el canto veintiséis. Es el episodio de Ulises. Yo escribí una vez un
artículo titulado “El enigma de Ulises”. Lo publiqué, lo perdí después y ahora
voy a tratar de reconstruirlo. Creo que es el más enigmático de los episodios
de la Comedia y quizá el más intenso, salvo que es muy difícil, tratándose
de cumbres, saber cuál es la más alta y la Comedia está hecha de
cumbres.
Si he elegido la Comedia
para esta primera conferencia es porque soy un hombre de letras y creo que
el ápice de la literatura y de las literaturas es la Comedia. Eso no
im-plica que coincida con su teología ni que esté de acuerdo con sus
mitologías. Tenemos la mitología cristiana y la pagana barajadas. No se trata
de eso. Se trata de que ningún libro me ha deparado emociones estéticas tan intensas.
Y yo soy un lector hedónico, lo repito; busco emoción en los libros.
La Comedia es un
libro que todos debemos leer. No hacerlo es privarnos del mejor don que la
literatura puede darnos, es entregarnos a un extraño ascetismo. ¿Por qué
negarnos la felicidad de leer la Comedia? Además, no se trata de una
lectura difícil. Es difícil lo que está detrás de la lectura: las opiniones,
las discusiones; pero el libro es en sí un libro cristalino. Y está el
personaje central, Dante, que es quizá el personaje más vivido de la literatura
y están los otros personajes. Pero vuelvo al episodio de Ulises.
Llegan a una hoya, creo que
es la octava, la de los embaucadores. Hay, en principio, un apostrofe contra
Venecia, de la que se dice que bate sus alas en el cielo y en la tierra y que
su nombre se dilata en el infierno. Después ven desde arriba los muchos fuegos
y adentro de los fuegos, de las llamas, las almas ocultas de los embaucadores:
ocultas, porque procedieron ocultando. Las llamas se mueven y Dante está por
caerse. Lo sostiene Virgilio, la palabra de Virgilio. Se habla de quienes están
dentro de esas llamas y Virgilio menciona dos altos nombres: el de Ulises y el
de Diomedes. Están ahí porque fraguaron juntos la estratagema del caballo de
Troya que permitió a los griegos entrar en la ciudad sitiada.
Ahí están Ulises y
Diomedes, y Dante quiere conocerlos. Le dice a Virgilio su deseo de hablar con
estas dos ilustres sombras antiguas, con esos claros y grandes héroes antiguos.
Virgilio aprueba su deseo pero le pide que lo deje hablar a él, ya que se trata
de dos griegos soberbios. Es mejor que Dante no hable. Esto ha sido explicado
de diversos modos. Torcuato Tasso creía que Virgilio quiso hacerse pasar por
Homero. La sospecha es del todo absurda e indigna de Virgilio porque Virgilio
cantó a Ulises y a Diomedes y si Dante los conoció fue porque Virgilio se los
hizo conocer. Podemos olvidar las hipótesis de que Dante hubiera sido
despreciado por ser descendiente de Eneas o por ser un bárbaro, despreciable
para los griegos. Virgilio, como Diomedes y Ulises, son un sueño de Dante.
Dante está soñándolos, pero los sueña con tal intensidad, de un modo tan
vivido, que puede pensar que esos sueños (que no tienen otra voz que la que les
da, que no tienen otra forma que la que él les presta) pueden despreciarlo, a
él que no es nadie, que no ha escrito aún su Comedia.
Dante ha entrado en el
juego, como nosotros entramos: Dante también está embaucado por la Comedia.
Piensa: éstos son claros héroes de la Antigüedad y yo no soy nadie, un pobre
hombre. ¿Por qué van a hacer caso de lo que yo les diga? Entonces Virgilio les
pide que cuenten cómo murieron y habla la voz del invisible Ulises. Ulises no
tiene rostro, está dentro de la llama.
Aquí llegamos a lo
prodigioso, a una leyenda creada por Dante, una leyenda superior a cuanto encierran
la Odisea y la Eneida, o a cuanto encerrará ese otro libro en que
aparece Ulises y que se llama Sindibad del Mar (Simbad el Marino), de Las
mil y una noches.
La leyenda le fue sugerida
a Dante por varios hechos. Tenemos, ante todo, la creencia de que la ciudad de
Lisboa había sido fundada por Ulises y la creencia en las Islas Bienaventuradas
en el Atlántico. Los celtas creían haber poblado el Atlántico de países
fantásticos: por ejemplo, una isla surcada por un río que cruza el firmamento y
que está lleno de peces y de naves que no se vuelcan sobre la tierra; por
ejemplo, de una isla giratoria de fuego; por ejemplo, de una isla en la que
galgos de bronce persiguen a ciervos de plata. De todo esto debe de haber
tenido alguna noticia Dante; lo importante es qué hizo con estas leyendas.
Originó algo esencialmente noble.
Ulises deja a Penélope y
llama a sus compañeros y les dice que aunque son gente vieja y cansada, han
atravesado con él miles de peligros; les propone una empresa noble, la empresa
de cruzar las Columnas de Hércules y de cruzar el mar, de conocer el hemisferio
austral, que, como se creía entonces, era un hemisferio de agua; no se sabía
que hubiera nadie allí. Les dice que son hombres, que no son bestias; que han
nacido para el coraje, para el conocimiento; que han nacido para conocer y para
comprender. Ellos lo siguen y “hacen alas de sus remos”...
Es curioso que esta
metáfora se encuentre también en la Odisea, que Dante no pudo conocer. Entonces
navegan y dejan atrás a Ceuta y Sevilla, entran por el alto mar abierto y
doblan hacia la izquierda. Hacia la izquierda, “sobre la izquierda”, significa
el mal en la Comedia. Para ascender por el Purgatorio se va por la
derecha; para descender por el Infierno, por la izquierda. Es decir, el lado
“siniestro” es doble; dos palabras con lo mismo. Luego se nos dice: “en la
noche, ve todas las estrellas del otro hemisferio” —nuestro hemisferio, el del
Sur, cargado de estrellas—. (Un gran poeta irlandés, Yeats, habla del starladen
sky, del “cielo cargado de estrellas”. Eso es falso en el hemisferio del
Norte, donde hay pocas estrellas comparadas con las del nuestro.)
Navegan durante cinco meses
y luego, al fin, ven tierra. Lo que ven es una montaña parda por la distancia,
una montaña más alta que ninguna de las que habían visto. Ulises dice que la
alegría se cambió en llanto, porque de la tierra sopla un torbellino y la nave
se hunde. Esa montaña es la del Purgatorio, según se ve en otro canto. Dante
cree que el Purgatorio (Dante simula creer para fines poéticos) es antípoda de
la ciudad de Jerusalén.
Bueno, llegamos a este
momento terrible y preguntamos por qué ha sido castigado Ulises. Evidentemente
no lo fue por la treta del caballo, puesto que el momento culminante de su
vida, el que se refiere a Dante y el que se refiere a nosotros, es otro: es esa
empresa generosa, denodada, de querer conocer lo vedado, lo imposible. Nos
preguntamos por qué tiene tanta fuerza este canto. Antes de contestar, querría
recordar un hecho que no ha sido señalado hasta ahora, que yo sepa.
Es el de otro gran libro,
un gran poema de nuestro tiempo, el Moby Dick de Herman Melville, que
ciertamente conoció la Comedia en la traducción de Longfellow. Tenemos
la empresa insensata del mutilado capitán Ahab, que quiere vengarse de la
ballena blanca. Al fin la encuentra y la ballena lo hunde, y la gran novela
concuerda exactamente con el fin del canto de Dante: el mar se cierra sobre
ellos. Melville tuvo que recordar la Comedia en ese punto, aunque
prefiero pensar que la leyó, que la asimiló de tal modo que pudo olvidarla
literalmente; que la Comedia debió ser parte de él y que luego
redescubrió lo que había leído hacía ya muchos años, pero la historia es la
misma. Salvo que Ahab no está movido por ímpetu noble sino por deseo de
venganza. En cambio, Ulises obra como el más alto de los hombres. Ulises,
además, invoca una razón justa, que está relacionada con la inteligencia, y es
castigado.
¿A qué debe su carga
trágica este episodio? Creo que hay una explicación, la única valedera, y es
ésta: Dante sintió que Ulises, de algún modo, era él. No sé si lo sintió de un
modo consciente y poco importa. En algún terceto de la Comedia dice que
a nadie le está permitido saber cuáles son los juicios de la Providencia. No
podemos adelantarnos al juicio de la Providencia, nadie puede saber quién será
condenado y quién salvado. Pero él había osado adelantarse, por modo poético, a
ese juicio. Nos muestra
condenados y nos muestra elegidos. Tenía que saber que al hacer eso corría peligro;
no podía ignorar que estaba anticipándose a la indescifrable providencia de
Dios.
Por eso el personaje de
Ulises tiene la fuerza que tiene, porque Ulises es un espejo de Dante, porque
Dante sintió que acaso él merecería ese castigo. Es verdad que él había escrito
el poema, pero por sí o por no estaba infringiendo las misteriosas leyes de la
noche, de Dios, de la Divinidad.
He llegado al fin. Quiero
solamente insistir sobre el hecho de que nadie tiene derecho a privarse de esa
felicidad, la Comedia, de leerla de un modo ingenuo. Después vendrán los
comentarios, el deseo de saber qué significa cada alusión mitológica, ver cómo
Dante tomó un gran verso de Virgilio y acaso lo mejoró traduciéndolo. Al
principio debemos leer el libro con fe de niño, abandonarnos a él; después nos
acompañará hasta el fin. A mí me ha acompañado durante tantos años, y sé que
apenas lo abra mañana encontraré cosas que no he encontrado hasta ahora. Sé que
ese libro irá más allá de mi vigilia y de nuestras vigilias.
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