He querido exaltar la obra de dos poetas quienes han sido
reconocidos en tres sendos premios, Darío Jaramillo con “El Federico García
Lorca” de la ciudad de Granada España, que es justo homenaje a una obra y una
vida y el de Ida Vitale, poeta Uruguaya de 95 años, ganadora del premio
Cervantes de literatura de este año y el premio de la FIL en Guadalajara, el primero, es el más importante de Hispanoamérica. Traigo una
introducción que hizo Quirarte de una antología de Darío que me parece
extraordinaria y de Ida, un artículo y una entrevista del periódico “El país” de España. El artículo es una síntesis magistral de lo que ha significado para las letras la poesía de Ida, describe su trayectoria y aportes. Después entregaré mis
impresiones en artículos especiales para cada autor CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.
IDA VITALE: “ANTES LOS
POETAS HABLABAN DE HÉRCULES; AHORA, DE BATMAN”
JAVIER RODRÍGUEZ
MARCOS
21 ENE 2015 - 18:03 COT
La escritora uruguaya recuerda las enseñanzas de su maestro,
José Bergamín, habla de su obsesión por corregir y afirma que la poesía ha
cambiado de referentes culturales
Ida Vitale es, con 91
años, una de las grandes maestras de la literatura latinoamericana viva, pero
disfruta, más que hablando de su obra, recordando a aquellos que, ilustres o
anónimos, le enseñaron a leer y escribir. Entre los anónimos había, en el
Montevideo de su infancia, una profesora que le hacía imitar el estilo de
Azorín, de Gabriel Miró, de Ortega o de Rafael Barrett: “Cada mes, un autor
distinto. Era una buena práctica: te obligaba a mirar de modo diferente”. Entre
los ilustres estaba José Bergamín, verso suelto de la Generación del 27. “Fue
un excelente maestro”, cuenta. “No sé si acá se tiene la imagen del Bergamín
profesor a tiempo completo. Sabía mucho de literatura española, pero también
del romanticismo alemán. Era de los que decían: ‘Tienen que leer este libro’, y
te lo regalaba. Perdió su biblioteca al marchar al exilio tras la guerra y
había resuelto que la solución era el desinterés completo”. La autora de
Reducción del infinito (Tusquets) recuerda la soledad del escritor español en
Uruguay hasta que llegaron sus hijos: “Decía que era el último orejón del
tarro. No era muy halagador para nosotros, pero era verdad. Terminábamos
cenando con él después de las clases. Era joven pero lo veíamos como un
viejito”.
Su maestro en la poesía
fue, sin embargo, un enemigo íntimo de Bergamín, Juan Ramón Jiménez, a quien
también conoció cuando pasó por Montevideo. Con él comparte la obsesión por
corregir: “De Juan Ramón me impresionó que le dieran un libro para que lo
firmara y se dedicara a corregir los poemas. Decía que un poema hay que
escribirlo y guardarlo hasta que a uno se le olvide. Yo lo he seguido en la
medida de lo posible”.
Ida Vitale se marchó a
México en 1974 con su marido, el poeta Enrique Fierro. La dictadura militar
empezó persiguiendo a los tupamaros y luego a todos los que parecieran
remotamente izquierdistas: "Nosotros no estábamos en eso, pero andábamos
entre libros, algo que siempre inquieta a los militares”. Adiós a un Uruguay
que, según la poeta, fue durante décadas “la democracia perfecta”: laico, con
una gran educación pública gratuita, sin grandes desigualdades sociales y sin
nacionalismo alguno. “¿Qué nacionalismo iba a haber si éramos la mitad
italianos y la mitad españoles?”.
Desde 1989 vive en
Austin (Texas) aunque viaja con regularidad a su país, a México —“fueron muy
generosos con nosotros”—, e incluso a España. En Madrid formó parte del jurado
que concedió el último Premio Loewe al chileno Óscar Hahn. “Había libros
tremendos de gente que uno nota que tiene en la poesía la última esperanza”,
cuenta sobre su experiencia en un jurado por el que ya pasó su amigo Octavio
Paz. “Uno busca lo literario, pero a veces se pone en el alma de quien escribió
esos versos y empieza a pensar en el ser humano, no en el escritor. Al final
hay que ponerse de nuevo en el frío cargo de lector desinteresado”. Otra de las
conclusiones de esa experiencia es que los referentes de la poesía están
cambiando: “Las alusiones mitológicas se han ido perdiendo. Antes los poetas
hablaban de Hércules; ahora, de Batman. No digo que eso dé una poesía inferior,
pero marca una orientación distinta, sobre todo por los mundos que arrastran y
lo que uno y otro te permiten entender”.
Más intensa que
extensa, su poesía es, sin embargo, escasa en referencias. Las palabras son
nómadas y los malos poemas las vuelven sedentarias, dicen unos versos suyos.
¿Cómo reconocer ese cambio de estado? “Instintivamente. En la medida en que son
nómadas las sujetamos o seguimos su movimiento natural. ¿Por qué hay palabras
que nos gustan y otras que no? No sé. A mí me choca profundamente constatar.
Sin embargo, procrastinar me gusta”. Traductora de autores como Gaston
Bachelard, Simone de Beauvoir o Luigi Pirandello, Ida Vitale cuenta que
traducir le ha enseñado a mantener la atención aunque “la traducción conspira
contra la poesía porque es un trabajo muy absorbente”. La poeta uruguaya
publicó Mella y criba (Pre-Textos) en 2010 y ya tiene un libro nuevo. “Uno no,
varios, y eso es lo peor”, aclara riendo. La prosa le divierte —la suya ha dado
lugar a maravillas como Léxico de afinidades (El Cobre) y De plantas y animales
(Paidós)—, pero sabe que la extrema esencialidad de sus versos podría terminar
por llevarla al silencio, “la reducción total”. Con todo, huye de la metafísica
—“estas cosas, cuando se sintetizan, quedan dramáticas”— para meterse en la
cocina de la escritura: “A veces me sale un poema largo, más hablado de lo
necesario, pero mi tendencia natural es abreviar. Aunque admiro profundamente a
los que se dejan llevar por esa locura ingobernable, cada uno nace no con un
guion sino con una escuadra a mano, y la mía es borrar y borrar. Corregir es
como arreglar cajones: sacas lo que está de más".
POEMAS
AGOSTO, SANTA ROSA
Una
lluvia de un día puede no acabar nunca,
puede
en gotas,
en
hojas de amarilla tristeza
irnos
cambiando el cielo todo, el aire,
en
torva inundación la luz,
triste,
en silencio y negra,
como
un mirlo mojado.
Deshecha
piel, deshecho cuerpo de agua
destrozándose
en torre y pararrayos,
me
sobreviene, se me viene sobre
mi
altura tantas veces,
mojándome,
mugiendo, compartiendo
mi
ropa y mis zapatos,
también
mi sola lágrima tan salida de madre.
Miro
la tarde de hora en hora,
miro
de buscarle la cara
con
tierna proposición de acento,
miro
de perderle pavor,
pero
me da la espalda puesta ya a anochecer.
Miro
todo tan malo, tan acérrimo y hosco.
¡Qué
fácil desalmarse,
ser
con muy buenos modos de piedra,
quedar
sola, gritando como un árbol,
por
cada rama temporal,
muriéndome
de agosto!
Fortuna
Por
años, disfrutar del error
y
de su enmienda,
haber
podido hablar, caminar libre,
no
existir mutilada,
no
entrar o sí en iglesias,
leer,
oír la música querida,
ser
en la noche un ser como en el día.
No
ser casada en un negocio,
medida
en cabras,
sufrir
gobierno de parientes
o
legal lapidación.
No
desfilar ya nunca
y
no admitir palabras
que
pongan en la sangre
limaduras
de hierro.
Descubrir
por ti misma
otro
ser no previsto
en
el puente de la mirada.
Ser
humano y mujer, ni más ni menos.
IDA VITALE: “EL HUMOR ES ESENCIAL
PARA SOBREVIVIR”
La poeta Ida Vitale recibe este sábado el gran premio de la
FIL de Guadalajara. La escritora, distinguida la semana pasada con el
Cervantes, prepara la comida en su casa de Montevideo y habla de su vida y su
trayectoria.
ENRIC GONZÁLEZ
23 NOV 2018 - 11:55 COT
Ida Vitale es una figura señera de la poesía contemporánea.
Tiene 95 años. Acaba de recibir el Premio Cervantes, en España, y el Premio
Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México. Uno espera encontrarse
con una persona más o menos hierática, grave, consciente de su importancia. O
con una persona decrépita. El visitante no cuenta en ningún caso con que Ida
Vitale sea esta persona que baja sonriente a abrir el portal y cuenta entre
risas que ayer, cuando volvía de Punta del Este con su hija, el auto se quedó
sin gasolina. Lo que sigue no puede considerarse una entrevista, sino una
conversación mientras la gran poeta cocina, sirve el almuerzo, come y bromea.
Para Vitale, Jorge Luis Borges es “el gran escritor de
América”. Esto lo dice una mujer que formó parte, junto a autores como Mario
Benedetti y Juan Carlos Onetti, de la llamada generación de 1945. Tal vez la
afirmación sobre Borges le parece demasiado solemne. Para recuperar su tono
preferido, cuenta cómo conoció al gigante de las letras argentinas.
“En México, rápidamente encontré trabajo y amigos, no conozco
un país más generoso”
“No recuerdo cuándo ocurrió, probablemente en los años
sesenta. Un día le vi parado en una esquina, al lado de la Intendencia, aquí en
Montevideo, junto a una mercería. Yo venía cargada con una máquina de coser que
le había prestado a una cuñada, buscaba un taxi para volver a casa. Y, claro,
pensé: ¿qué está haciendo ahí Borges? Sabía que ese día daba una conferencia,
pero me extrañó que estuviera tan quieto, con la cabeza casi metida en la
vidriera de la mercería. Pensé que no se atrevía a cruzar la calle y
disimulaba. Me acerqué y le dije: ‘Perdón, Borges, ¿está usted perdido?’. ‘No,
no’, respondió, ‘¿quién es usted?’. Me preguntó como 20 veces quién era yo.
Finalmente me explicó que tenía que dar una conferencia y que le gustaba
caminar por la Rambla, el paseo marítimo. Pero estaba como a ocho cuadras del
mar. Le dije que no podía acompañarle hasta la Rambla porque iba muy cargada
con una máquina de coser, pero que podíamos tomar un taxi. Volvió a preguntarme
quién era yo y allí se quedó, quieto. Estuve toda la tarde pendiente de si
llegaba a la conferencia. Llegó. Los ciegos deben tener un ángel de la guarda”.
Uno se imagina perfectamente a Vitale cargada con una máquina
de coser, igual que ha cargado toda la vida con la máquina de escribir, ahora
el ordenador: le da pereza, o pudor, exhibir su erudición, su dominio de varios
idiomas (es una extraordinaria traductora) y su conocimiento del mundo. La
poeta que se dispone a recibir el gran premio de Guadalajara y que aún no ha
pensado en su discurso de aceptación del Premio Cervantes se va a la cocina.
“¿Le gusta el bacalao?”, pregunta. Prepara una sopa de verduras, una ensalada y
un bacalao muy sabroso. Hay pan negro. Y un par de botellines de vino de los
que sirven en los aviones. Y dos dedos de jerez seco en una botella que
encuentra en un armario.
La conversación va y viene, al ritmo de sus idas y venidas de
la mesa a la cocina. No permite que el invitado ayude. Lamenta que la enseñanza
se haya vuelto menos exigente en cuanto a nivel académico, tanto para alumnos
como para profesores. Se pregunta cómo es posible que alguien como Donald Trump
(“el monstruo rubio”, le llama) haya alcanzado la Casa Blanca. Se pregunta
también qué va a pasar con la columna de migrantes que ha llegado ya a México y
espera pasar a Estados Unidos. Se horroriza con la historia de un submarino
argentino que desapareció un año atrás y acaba de ser localizado en una sima
marítima, sin duda con 44 cadáveres a bordo. Habla de su amor por las palabras,
por los animales y por las plantas. Y ríe, ríe muchísimo. Ella suele ser el
blanco de sus propias bromas.
Ida Vitale nació en una familia ilustrada de origen italiano.
Su padre se llamaba Publio Tesio: con ese nombre, lo normal es que uno se
interese por la historia y la literatura. Sus primeros recuerdos: una lamparita
azul, el recuerdo más remoto; los cuatro diarios, dos de mañana y dos de tarde,
que llegaban a casa; el tío médico que le caía muy mal; la tía pedagoga que le
caía muy bien. Su tía Débora Vitale D’Amico fundó la sección femenina del
colegio nacional José Pedro Varela y luego un colegio femenino con el mismo
nombre. “Ahora es un colegio mixto, ¡qué tontería separar a los chicos y las
chicas!”, comenta. Ida Vitale estudió con su tía, quien le descubrió las
primeras lecturas. Luego siguió descubriendo por su cuenta, en la biblioteca.
Novelas, muchas novelas: “No habría cambiado ningún poema por Los tres
mosqueteros”. Sigue leyendo más prosa que poesía.
“A veces el humor se refleja en una actitud de tolerancia que
debe empezar por uno mismo”
Tardó en percibir el encanto del verso. Todo comenzó en el
colegio, con la lectura de un poema de Gabriela Mistral. Empieza a recitarlo de
memoria: “La hora de la tarde, la que pone su sangre en las montañas…”.
(Conviene hacer un inciso: no soporta la poesía declamada, sino la que se dice
con naturalidad, como lo hacía su querido y admirado Juan Ramón Jiménez o como
lo hacía el gran actor italiano Vittorio Gassman). “Era quinto curso y no
entendí nada de ese poema de Mistral, algo entreví en sexto, y ya en Liceo ese
poema me pareció evidente”, explica. “Poco a poco fui dedicándome a la poesía,
quizá como un juego conmigo misma; vas trabajando, sabes que lo que haces va a
ser juzgado y procuras hacerlo lo mejor posible”. Así de simple, según ella.
Cuando escribe, prefiere renunciar a la completa perfección formal si a cambio
logra aportar al lector un cierto enigma, un punto de misterio. Escribe,
despoja lo escrito de elementos superfluos, poda una y otra vez hasta quedarse
con la esencia. Deja el trabajo en un cajón hasta tenerlo casi olvidado y
entonces, cuando le parece obra de otra persona, relee y juzga.
Esta mujer de educación exquisita, que guarda muy buen
recuerdo de sus profesoras de francés e italiano y muy mal recuerdo de su
profesora de inglés, se casó con el crítico y ensayista Ángel Rama. Tuvieron
dos hijos, Amparo, la arquitecta con la que el día antes se había quedado sin
gasolina, y Claudio, economista en Buenos Aires. Formaban parte de la élite
cultural uruguaya. En una de sus idas y venidas de la cocina muestra una foto
del mítico Felisberto Hernández acompañado por su esposa del momento (tuvo
cuatro, una de ellas una espía del KGB), gran amiga de Ida. “Aquí Felisberto
era joven y aún estaba delgado, luego se puso muy gordo”, comenta. No debe haber
muchas personas que puedan hacer ese tipo de comentario, entre afectuoso y
displicente, sobre alguien como el pianista, poeta y novelista Felisberto
Hernández.
En 1974 cayó el viejo régimen liberal uruguayo, el juego de
alternancia entre rojos y blancos, y llegó la dictadura. Un día apareció en
casa la policía buscando a su hija. La familia (ella se había casado ya con su
segundo marido, el poeta y crítico Enrique Fierro) dejó el país. Con más de 50
años, Ida Vitale comenzó su exilio en México. Colegas izquierdistas como Onetti
y Benedetti la previnieron contra el mexicano Octavio Paz, un hombre que a ella
le pareció formidable. Igual que México. “Rápidamente encontré trabajo y
amigos, no conozco un país más generoso que México”, recuerda. Dio clases, tradujo,
pronunció conferencias, publicó numerosísimos artículos y ensayos. En 1984, con
la dictadura ya agonizante, Vitale y Fierro volvieron a Montevideo. “Nos
pareció que teníamos que colaborar en lo posible en la restauración de la
democracia”, explica. Fierro fue nombrado director de la Biblioteca Nacional,
donde pasó cuatro años “infernales”. “La dictadura había colocado a su gente y
el pobre Enrique tuvo que lidiar con ellos, lo pasó muy mal”. En 1989, a Fierro
le ofrecieron un puesto en la Universidad de Austin, Texas, y la pareja volvió
a emigrar para instalarse en Estados Unidos.
Ida Vitale muestra un ejemplar de Quiero ver una vaca, un
poema de Enrique Fierro que se ha convertido en celebérrimo cuento para niños:
“Enrique acabó maldiciendo ese poema, temía pasar a la historia por una obra
que no representaba en absoluto su estilo”.
Texas no es México. Ida Vitale no se sintió tan cómoda allí,
en parte porque su inglés (lo domina, ha traducido obras inglesas y alemanas)
no es tan fluido como su francés o su italiano: culpa de nuevo a aquella mala
profesora en el colegio. Pero no tenía previsto volver. Hasta que murió su
marido, hace dos años. Las fotografías de Enrique están por todas partes y su
ausencia resulta perceptible, pero Vitale no es persona de quejas o
lamentaciones. Su hija la convenció para que regresara a Montevideo y le
arregló el moderno apartamento donde vive ahora, muy cerca de la Rambla
marítima (o fluvial, según se mire) que le gustaba a Borges. Se instaló hace
unos meses. Aún está ordenando los libros.
La poesía de Ida Vitale es sobria, elegante, con un punto de
ironía. “Los poetas de mi juventud eran gente importante que escribía poesía
narrativa, de tono bíblico, casi sacramental, sin ningún humor”. Ella hace lo
contrario. “¿Dice usted que en mis libros hay humor? El humor es esencial para
sobrevivir, y no me refiero a los chistes: a veces el humor se refleja
simplemente en una actitud de tolerancia que debe empezar por uno mismo”. A
diferencia de varios de sus colegas de generación, no ha mezclado sus versos
con la política. “Respeto mucho La Marsellesa, a la que pusieron una música muy
bonita, pero yo hago otra cosa. Sí me he referido a ideas como la libertad,
generalmente en piezas que luego no he recogido…”. Vitale ha publicado
abundantemente, pero ha desechado mucho y tiene mucho guardado. Incluyendo
novelas.
Ha llegado el fotógrafo y toma imágenes mientras Vitale
habla. “Oiga”, se encrespa en broma, “me está sacando siempre con gafas”. La
escritora se quita las gafas y exhibe sus ojos azules. Quizá no se trata de un
gesto de coquetería: siempre fue muy bella, tanto como para relacionarse de
forma relajada con su aspecto. “Me interesa más la ética que la política”,
afirma. Alguna vez sí se ha referido a la política. En Reducción del infinito,
uno de sus libros más celebrados, escribe: “A veces verás la hoz / aparejada a
un cintillo. / Escarapela y martillo / acompañando a la hoz / suman su fuerza
feroz / disfrazada de tristeza, / trayéndonos de cabeza / a quienes nos
rebelamos / al ver que los mismos amos / vuelven por la misma presa”.
Ida Vitale ignora aún qué dirá en su discurso de aceptación
del Cervantes. “Buscaré alguna fórmula no muy gastada de dar las gracias. Me
angustia la gente que se sentirá postergada, gente que probablemente merecía el
premio más que yo”, comenta. Y, como de costumbre, se quita importancia:
“Cuando me dieron el Premio Reina Sofía, alguien me advirtió de que vendrían
otros premios, y parece que funciona así: estás en una especie de escalafón y
piensan en ti, esa señora mayor ya premiada por otros, y te conceden un honor
para evitar riesgos”.
SOBRE
DARIO JARAMILLO
VICENTE QUIRARTE
Uno es el ser humano que vive. Otro, el poeta que crea.
Cuando ambos se fusionan en una sola criatura, cuando la persona es la máscara
y la máscara adquiere más realidad que quien la porta, estamos en presencia de
alguien que combate con éxito la frase de que el poeta es el ser más
antipoético del mundo. Tal es el caso de Darío Jaramillo. Debajo de su poesía
de aparente sencillez, palpita el deber moral y estético de quien se arriesga a
titular a una recolección de sus textos Libros de poemas o atreve la peligrosa
y difícil definición de Poemas de amor.
Conocimos a Darío Jaramillo en un encuentro de poesía en la
Ciudad de México, en octubre de 1989. Un par de meses atrás había perdido una
pierna a causa la violencia civil de su natal
Colombia, elemento que hermana a nuestras dos naciones, devastadas por
la violencia pero redimidas por la herencia de su historia, sus respectivas
cadencias, sus criaturas de palabra, sus inverosímiles y admirables paisajes.
Conocer y querer a Darío fueron dos verbos simultáneos. Acudo a la primera
persona del plural porque varios éramos quienes en ese momento entramos en el
conocimiento de su persona y estuvimos de acuerdo en esa emoción inmediata.
El nombre del hotel
Casablanca, donde se alojaban los poetas invitados, era igualmente una
coincidencia afortunada. Al final de ese auto sacramental que es la película
Casablanca, Rick dice al policía francés que ha decidido ponerse de su lado:
“Louie, creo que este es el principio de una hermosa amistad”. Con el paso del
tiempo, Darío se ha convertido en el mejor, informal y auténtico embajador de las dos naciones.
Elena Poniatowska lo definió en una metáfora impecable: “arcángel de los
mexicanos”.
Su simpatía natural, su
amistad exigente y generosa, creció a la par que su trabajo como novelista,
poeta y ensayista. Darío Jaramillo Agudelo ha demostrado que la transparencia
no es enemiga de la inteligencia, ni la popularidad de la forma que desemboca
en su claridad sin concesiones. Sus poemas de amor, inscritos de manera casi
inmediata en la imaginación colectiva han llegado a ser, lo que es aún más
difícil, patrimonio espiritual de la lengua. De ahí la importancia de su labor
como antólogo y lector de escrituras de otros, como lo demuestra su notable
Antología de crónica latinoamericana actual o el tratado que lo pinta de cuerpo
entero: Poesía en la canción popular latinoamericana.
El viaje propuesto en
los poemas que integran esta antología es una exploración del mundo a partir
del carácter sedentario de su autor. Observador de los gatos, Darío sabe, como
Baudelaire, que quien no es capaz de poblar su propia soledad tampoco podrá
estar solo en medio de la multitud. Otro gran solitario, Luis Cernuda, dijo que
la soledad sólo podría ser poblada por ella misma. Esta aceptación por parte del
poeta colombiano no entraña un alejamiento sino una entrada profunda en el
oficio de vivir. Por esa razón, su poesía es contundente, elemental y enemiga
de la retórica o de fuegos de artificio. La presente antología es una muestra
de las cartas de identidad de su autor: el amante, el gato, el mango, la piedra
o la cama aparecen no en su elementalidad pura sino en su significación plena.
Esta capacidad para hallar en la vida diaria los elementos de su poética hacen
de la aventura verbal de Jaramillo una de las más honestas y por esa razón
convincentes de las letras actuales.
“¿Para qué las palabras si es posible el
silencio?”. Alguien que formula semejante declaración de fe tiene la obligación
de afinar las palabras en el esmeril siempre renovado del mundo. Que den todo
de sí para volver a su origen. De ahí que en los poemas de este libro no haya
una sola palabra ociosa y los adjetivos esenciales actúen como puntos de apoyo
para afianzarse en la realidad y llegar a la cima.
Oriundo de Santa Rosa
de Osos, también lugar de nacimiento del poeta Porfirio Barba Jacob, otro
intenso y gran amigo de México, Darío es un antioqueño puro, sobrio animal de
costumbres. Cuando alguien que no lo conocía lo interrogaba sobre su labor
cotidiana, respondía sin titubear: “Trabajo en un banco”, lo cual era
rigurosamente cierto, aunque no explicaba que era el subgerente cultural del
Banco de la República y que bajo su responsabilidad estaban algunas de las
entidades culturales más nobles y queridas de Colombia. Desde hace tiempo
alejado de esos deberes, vive de su pluma, anima proyectos heroicos como la
editorial Luna Libros y escribe su adictivo boletín Gozar leyendo, que cuenta
con miles de seguidores en el espacio cibernético. El año 2014, Ediciones Era
dio a la luz una antología personal de la poesía de Darío Jaramillo Agudelo, bajo
el título Basta cerrar los ojos. Es un orgullo para la UNAM que ahora sus
palabras ingresen al catálogo de Material de lectura y de tal modo puedan
llegar a las manos y los ojos del lector que les dará nueva vida.
Cada uno de los poemas
de este pequeño gran libro que el lector tiene en sus manos es una bomba contra
el tiempo. La obtusa y permanente violencia humana no impedirá que las notas
del poeta sigan sonando a través de los años. Me gusta imaginar estos poemas en
su voz, con la limpia honestidad de su camisa de algodón blanco y disfrutando
del lujo mayor de cada tarde cuando el crepúsculo entra a raudales por su ventana
y tiñe de colores cambiantes las montañas frente a su departamento de Bogotá,
donde da la bienvenida a la soledad para estar más intensamente con nosotros.
VICENTE QUIRARTE
POEMAS
POEMAS
DE AMOR
Ese
otro que también me habita,
acaso
propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese
otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese
otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio
esa
sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,
eco
o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el
dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el
inmotivadamente alegre,
ese
otro,
también
te ama.
POEMA
DE AMOR 3
Algún
día te escribiré un poema que no mencione el aire ni la noche;
un
poema que omita los nombres de las flores, que no tenga jazmines o magnolias.
Algún
día te escribiré un poema sin pájaros ni fuentes, un poema que eluda el mar
y
que no mire a las estrellas.
Algún
día te escribiré un poema que se limite a pasar los dedos por tu piel
y
que convierta en palabras tu mirada.
Sin
comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré un poema que huela a ti,
un
poema con el ritmo de tus pulsaciones, con la intensidad estrujada de tu
abrazo.
Algún
día te escribiré un poema, el canto de mi dicha.
NOCTURNO,
VALS, MAZURKA, POLONESA
Con
este piano conozco la dulzura única de un tiempo mío,
tiempo
sin fecha y sin memoria,
todo
fue, todo es, todo será
este
flujo, este juego, esta caricia del piano.
Tiemblo
de emoción, aplaudo el encore de Malcuzinski
y
vitoreo y aún floto,
alucino
entre valses y nocturnos.
Germán
a mi lado tiene 16 o 17 años
y
yo soy eterno ya,
mortal
y eterno como Germán mi amigo de la infancia.
¿Es
tan ridículo llorar de la alegría?
¿Puedo
confesar este perfume de violetas,
admito
mi cielo azul adentro, mi agua fresca en el alma?
Mañanas
tranquilas bajo un sol indulgente:
se
oye correr el agua, el piano muestra bosques,
verdes
campos de cultivo, vacas mudas con ubre generosa.
Chopin
hace el milagro.
Chopin
detiene minutos y hemorragia.
Chopin
es un sedante, sólo este piano y los restos de vida.
El
piano, el tres por cuatro del vals atándome a la vida,
Chopin
en mi oído anunciándome la lejanía de la muerte.
La
música me lleva de la mano
por
fuera del tiempo y por dentro,
por
encima de mí,
viéndome
otro me lleva de la mano,
soy
uno que se aburre, uno que llora,
otro
-el más miserable- que con ansias espera:
ninguno
de ellos mientras el vals me lleve de la mano,
el
vals sopla brisas de paz en mis entrañas,
me
enseña a transcurrir,
todo
llega, me repite el vals irrepetible siempre,
el
vals irrepetible me cuenta la historia de otro más sereno que seré,
en
una clave sin acosos me repite algo que todavía ignoro,
otro
aprendizaje elemental que no percibo,
que
el piano apenas insinúa.
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* * * *
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