domingo, 21 de septiembre de 2025

PRIMER CAPITULO DE LA NOVELA : UNA PENA EN OBSERVACION DE C.S, LEWIS

 Una obra o texto puede referirse a hechos o pensamientos escritos por otros hombres, nos repetimos incansablemente y gracias a las metáforas y los artificios literarios nos renovamos. Igual pasa con algunas cosas que vivimos, este texto parece escrito desde mis experiencias a pesar de nunca tener contacto con el autor y con los hechos. Transcribo el primer capitulo. El libro es publicado por editorial ANAGRAMA.

 CESAR H BUSTAMANTE


 "Escrito tras la trágica muerte de su amada esposa como una  manera de sobrevivir los “difíciles momentos de la medianoche”,  Una pena en observación relata los más sinceros pensamientos de  C. S. Lewis sobre los temas fundamentales de la vida, la muerte y la  fe al sufrir una pérdida. Esta obra contiene sus más íntimas  reflexiones sobre esa etapa de su vida.

 “Nada puede afectar al hombre —o por lo menos a un hombre como  yo— de manera que pierda su ideología y sus creencias. Tiene que  enfrentar un gran golpe para entrar en razón. Sólo la tortura traerá la  verdad. Sólo bajo tortura podrá descubrirla por sí mismo".

UNO

Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo. Yo no  es que esté asustado, pero la sensación es la misma que cuando lo estoy. El mismo mariposeo en el estómago, la misma inquietud, los bostezos. Aguanto y trago saliva.

 Otras veces es como si estuviera medio borracho o conmocionado. Hay  una especie de manta invisible entre el mundo y yo. Me cuesta mucho  trabajo enterarme de lo que me dicen los demás. Tiene tan poco interés.

 Y sin embargo quiero tener gente a mi alrededor. Me espantan los ratos  en que la casa se queda vacía. Lo único que querría es que hablaran ellos  unos con otros, que no se dirigieran a mí.

 Hay momentos en que, de la forma más inesperada, algo en mi interior  pugna por convencerme de que no me afecta mucho, de que no es para  tanto, al fin y al cabo. El amor no lo es todo en la vida de un hombre. Yo,  antes de conocer a H., era feliz. Era muy rico en lo que la gente llama  «recursos». A todo el mundo le pasan estas cosas. Vamos, que no lo estoy  llevando tan mal. Le avergüenza a uno prestar oídos a esa voz, pero por  unos momentos da la impresión de que está abogando por una causa justa.  Luego sobreviene una repentina cuchillada de memoria al rojo vivo y todo  ese «sentido común» se desvanece como una hormiga en la boca de un  horno.

 Y de rechazo cae uno en las lágrimas y en el pathos. Lágrimas  sensibleras. Casi prefiero los ratos de agonía, que son por lo menos limpios  y decentes. Pero el asqueroso, dulzarrón y pringoso placer de ceder a revolcarse en un baño de autocompasión, eso es algo que me nausea. Y, es  más, cuando caigo en ello, me doy cuenta de que me lleva a tergiversar la  imagen misma de H. En cuanto le doy alas a este humor, al poco rato la  mujer de carne y hueso viene sustituida por una simple muñeca sobre la que  lloriqueo. Gracias a Dios, el recuerdo de ella es todavía lo suficientemente  fuerte (¿lo seguirá siendo siempre tanto?) como para salir adelante.

 Porque H. no era así en absoluto. Su pensamiento era ágil, rápido y  musculoso, como un leopardo. Ni la pasión ni la ternura ni el dolor eran  capaces de hacerle bajar la guardia. Olfateaba la falsedad y la gazmoñería a  la primera vaharada, e inmediatamente se abalanzaba sobre ti y te derribaba  antes de que hubieras podido darte cuenta de lo que estaba pasando.  ¡Cuántos globos me pinchó! Enseguida aprendí a no darle gato por liebre  con mis palabras, excepto cuando lo hacía por el simple gusto —y ésta es  otra cuchillada al rojo vivo— de exponerme a que se burlara de mí. Nunca  he sido menos estúpido que como amante suyo.

 Y nadie me habló nunca tampoco de la desidia que inyecta la pena. No  siendo en mi trabajo —que ahí la máquina parece correr más aprisa que  nunca— aborrezco hacer el menor esfuerzo. No sólo escribir sino incluso  leer una carta se me convierte en un exceso. Hasta afeitarme. ¿Qué importa  ya que mi mejilla esté áspera o suave? Dicen que un hombre desgraciado  necesita distraerse, hacer algo que lo saque de sí mismo. Lo necesitará, en  todo caso, como podría echar de menos un hombre aperreadamente cansado  una manta más cuando la noche está muy fría; seguro que este hombre  preferiría quedarse tumbado dando diente con diente antes que levantarse a  buscarla. Es fácil de entender que la gente solitaria se vuelva poco aseada, y  acabe siendo sucia y dando asco.

 Y, en el entretanto, ¿Dios dónde se ha metido? Éste es uno de los  síntomas más inquietantes. Cuando eres feliz, tan feliz que no tienes la  sensación de necesitar a Dios para nada, tan feliz que te ves tentado a  recibir sus llamadas sobre ti como una interrupción, si acaso recapacitas y te  vuelves a Él con gratitud y reconocimiento, entonces te recibirá con los  brazos abiertos 70 al menos así es como lo vive uno. Pero vete hacia Él  cuando tu necesidad es desesperada, cuando cualquier otra ayuda te ha resultado vana, ¿y con qué te encuentras? Con una puerta que te cierran en  las narices, con un ruido de cerrojos, un cerrojazo de doble vuelta en el  interior. Y después de esto, el silencio. Más vale no insistir, dejarlo. Cuanto  más esperes, mayor énfasis adquirirá el silencio. No hay luces en las  ventanas. Debe tratarse de una casa vacía. ¿Estuvo habitada alguna vez?  Eso parecía en tiempos. Y aquella impresión era tan fuerte como la de  ahora. ¿Qué puede significar esto? ¿Por qué es Dios un jefe tan  omnipresente en nuestras etapas de prosperidad, y tan ausente como apoyo  en las rachas de catástrofe?.

 He intentado exponerle esta tarde a C. algunas de estas reflexiones. El  me ha recordado que lo mismo, según parece, le ocurrió a Jesucristo. «¿Por  qué me has abandonado?» Ya lo sé. ¿Y qué? ¿Se consigue con eso que las  cosas se vuelvan más fáciles de entender?.

 No es que yo corra demasiado peligro de dejar de creer en Dios, o por lo  menos no me lo parece. El verdadero peligro está en empezar a pensar tan  horriblemente mal de Él. La conclusión a que temo llegar no es la de: «Así  que no hay Dios, a fin de cuentas», sino la de: «De manera que así es como  era Dios en realidad. No te sigas engañando.»

 Nuestros mayores se resignaban y decían: «Hágase tu voluntad.»  ¿Cuántas veces no habrá la gente sofocado por puro terror un amargo  resentimiento, y no se habrá sacado de la manga un acto de amor (sí, un  acto, en todos los sentidos) para camuflar la operación?.

 Claro que resulta muy fácil decir que Dios parece estar ausente en  nuestras necesidades más graves porque Él es ausencia, no-existencia. Pero  entonces, ¿qué pasa?, ¿por qué se nos antoja tan presente cuando, para  hablar en plata, no le echamos de menos?

 De todas maneras, el matrimonio me ha servido para una cosa. Nunca  podré volver a creer que la religión es una manipulación de nuestros  inconscientes y hambrientos deseos, mediante la cual se sustituye al sexo.  En estos breves años pasados, H. y yo festejábamos el amor; en cualquiera  de sus modalidades: la solemne y alegre, la romántica y realista, tan  dramática a veces como una tempestad, otras veces tan confortable y  carente de énfasis como cuando te pones unas zapatillas cómodas. No había fisura del corazón o del cuerpo que quedara insatisfecha. Si Dios fuera un  simple sustituto del amor, habríamos perdido todo interés por Él. ¿A quién  le importan los sustitutos cuando tiene en las manos la cosa misma? Pero no  es esto todo lo que ocurre. Nosotros dos sabíamos que deseábamos algo que  estaba por encima del uno y del otro, algo especial y bien diferente, una  clase de deseo bien diferente. Lo contrario sería como decir que cuando los  amantes se tienen uno a otro, ya en adelante no van a tener nunca ganas de  leer, de comer o de respirar.

 Hace años, a raíz de la muerte de un amigo, tuve durante algún tiempo  una viva sensación de certeza con respecto a la continuidad de su vida, casi  como si se viera realzada. He implorado que se me concediera ahora por lo  menos una centésima parte de esa misma certeza en el caso de H. No ha  habido respuesta. Solamente el cerrojazo en la puerta, el telón de acero, el  vacío, el cero absoluto. «A los que piden, no se les dará.» Fui un tonto al  pedir nada. Lo que es ahora, incluso aunque me volviera a habitar esa  certeza, desconfiaría de ella. Pensaría que era una autosugestión provocada  por mi propia plegaria.

 En cualquier caso, lo que tengo que hacer es mantener a raya a los  espiritualistas. Le prometí a H. que lo haría. Ella sabía mucho de estos  cotarros.

 Mantener las promesas hechas a un muerto, o a cualquier otra persona,  es algo que está muy bien. Pero empiezo a darme cuenta de que «respeto  hacia los deseos de un muerto» entraña también una trampa. Ayer me  detuve a tiempo antes de decirme, con ocasión de no sé qué bagatela: «Esto  a H. no le hubiera gustado.»

 No conviene, no es bueno para los demás. En breve acabaría echando  mano del «lo que le hubiera gustado a H.» como un instrumento de tiranía  doméstica. Y además sus presuntas ataduras se irían convirtiendo en un  disfraz cada vez más sofocante de mi propio ser.

 A los niños no puedo hablarles de ella. Las veces que lo he intentado, en  sus rostros no asoma dolor, miedo, amor ni compasión, sino embarazo, que  es el peor de todos los falsos consejeros. Me miran como si estuviera  cometiendo una indecencia. Están deseando que me calle. A mí me pasó lo mismo cuando murió mi madre, cada vez que mi padre la nombraba. No se  lo puedo reprochar. Es la manera de ser de los niños.

 Muchas veces pienso que la vergüenza, hasta cuando se da en forma  torpe e inadvertida, es mucho más eficaz para impedir los actos buenos y la  recta dicha que ninguno de nuestros vicios. Y esto no pasa sólo en la  infancia.

 ¿O son ellos, los niños, los que tienen razón? ¿Qué pensaría la propia H.  de este terrible cuadernito de notas al que vuelvo una vez y otra vez? ¿No  son morbosos estos apuntes? Una vez leí la siguiente frase: «Permanezco  despierto toda la noche con dolor de muelas, dándole vueltas al dolor de  muelas y al hecho de estar despierto.» Esto también sé puede aplicar a la  vida. Gran parte de una desgracia cualquiera consiste, por así decirlo, en la  sombra de la desgracia, en la reflexión sobre ella. Es decir en el hecho de  que no se limite uno a sufrir, sino que se vea obligado a seguir considerando  el hecho de que sufre. Yo cada uno de mis días interminables no solamente  lo vivo en pena, sino pensando en lo que es vivir en pena un día detrás de  otro. ¿No servirán mis apuntes únicamente para agravar este aspecto de la  cuestión? ¿Para confirmar simplemente las vueltas que le da la mente al  mismo tema, como si se tratara de la monótona andadura en torno a un  molino? Y sin embargo, ¿qué voy a hacer? Necesitaría alguna droga, y por  ahora leer no es una droga lo bastante fuerte. Escribiendo para echarlo todo  fuera (¿todo?, no, un pensamiento entre miles) me parece que me separo un  poco de ello. Así es como justificaría mi caso ante H. Pero apuesto doble  contra sencillo a que ella le vería la trampa a esta justificación.

 Y no me pasa sólo con los niños. Un extraño subproducto de mi  pérdida, es que me doy cuenta de que resulto un estorbo para todo el mundo  con que me encuentro en el trabajo, en el club, por la calle. Veo que la  gente, en el momento en que se me acerca, está dudando para sus adentros  si «decirme algo sobre lo mío» o no. Me molesta tanto que lo hagan como  que no lo hagan. Algunos meten la pata de todos modos. R. me ha estado  evitando durante toda una semana. Prefiero a la gente joven bien educada,  casi niños todavía, que se enfrentan conmigo como con el dentista, se ponen  muy colorados, lo dejan y se escurren a meterse en un bar lo más rápidamente que la educación les permite. Me pregunto si los afligidos no  tendrían que ser confinados, como los leprosos, a reductos especiales.

 Para algunos, soy algo peor todavía que un estorbo. Cada vez que me  encuentro con un matrimonio feliz, noto que tanto él como ella están  pensando: «Uno de nosotros se verá más tarde o más temprano igual que él  se ve ahora.»

 Al principio me espantaba ir a los sitios donde H. y yo fuimos felices, a  nuestro pub o a nuestro parque favoritos. Pero de repente decidí empezar a  hacerlo, como quien quiere lo más pronto posible volver a incorporar al  vuelo a un piloto que acaba de tener un accidente. Y me sorprendió ver que  no suponía gran diferencia. La ausencia de H. no cobra mayor énfasis en los  lugares que digo que en otro cualquiera. No se trata en absoluto de un  asunto de tipo local. Me imagino que si le prohibieran a uno tomar sal, no la  echaría más en falta en unos alimentos que en otros. Comer se volvería en  general algo diferente, todos los días, en todas las comidas. Es algo por el  estilo. El acto de vivir se ha vuelto distinto por doquier. Su ausencia es  como el cielo, que se extiende por encima de todas las cosas.

 Pero no, no está dicho de forma correcta. Hay un lugar donde su  ausencia vuelve a albergarse y localizarse, un lugar del que no puedo  escaparme. Me refiero a mi propio cuerpo. ¡Cobraba una importancia tan  distinta cuando era el cuerpo del amante de H.! Ahora es como una casa  vacía. Pero tampoco voy a engañarme a mí mismo. Este cuerpo volvería a  cobrar importancia para mí, y bien pronto, si pensara que algo no marchaba  bien en él.

 Cáncer, y cáncer, y cáncer. Mi madre, mi padre, mi mujer. Me pregunto  quién será el siguiente en la lista.

 Y sin embargo la propia H., cuando se estaba muriendo de cáncer, y  perfectamente consciente de la cuestión, dijo que había perdido gran parte  del horror que antes le tenía. Cuando llegó la hora de la verdad, el hombre y  la idea estaban ya desactivados en alguna medida. Y hasta cierto punto, casi  lo entendí. Esto es muy importante. Nunca se encuentra uno precisamente  con el Cáncer o la Guerra o la Infelicidad (ni tampoco con la Felicidad).  Solamente se encuentra uno con cada hora o cada momento que llegan. Con toda clase de altibajos: cantidad de manchas feas en nuestros mejores ratos  y de manchas bonitas en los peores. No abarcamos nunca el impacto total  de lo que llamamos «la cosa en sí misma». Pero es que nos equivocamos al  llamarla así. La cosa en sí misma consiste simplemente en todos estos  altibajos, el resto no pasa de ser un nombre o una idea. Es increíble cuánta  felicidad y hasta cuánta diversión vivimos a veces juntos, incluso después  de que toda esperanza se había desvanecido. Qué largo y tendido, qué  serenamente, con cuánto provecho llegamos a hablar aquella última noche,  estrechamente unidos.

 Pero no, no tan unidos. Existe un límite marcado por la «propia carne».  No puedes compartir realmente la debilidad de otra persona, ni su miedo, ni  su dolor. Lo que sientes tal vez sea erróneo. Probablemente podría ser tan  erróneo como lo que sentía el otro, y sin embargo desconfiaríamos de quien  nos advirtiera que era así. De todas maneras seguiría siendo bastante  diferente, en todo caso. Cuando hablo de miedo me refiero al miedo  puramente animal, al rechazo del organismo frente a su destrucción, a un  sentimiento sofocante, a la sensación de ser un ratón atrapado en una  ratonera. Esto no puede transferirse a otro. La mente es capaz de  solidarizarse con ello; el cuerpo menos. En cierto sentido, los cuerpos de los  amantes son menos capaces todavía. Todos sus episodios de amor los han  arrastrado a tener no idénticos, sino complementarios, correlativos y hasta  opuestos sentimientos de cada uno con relación al otro.  

Nosotros dos lo sabíamos bien. Yo tenía mis miserias, no las suyas; ella  tenía las suyas, no las mías. Y el final de las suyas habría de dar paso a la  llegada de las mías. Estábamos partiendo hacia diferentes rutas. Esta verdad  velada, esta terrible regulación del tráfico («usted, señor, por la izquierda»)  marca precisamente el comienzo de la separación que supone la muerte  misma. 

Y esta separación, creo yo, nos está esperando a todos. He estado  pensando en H. y en mí como seres peculiarmente desgraciados a causa de  nuestra separación desgarradora. Pero es posible que todos los amantes  estén abocados a tal separación. Ella me dijo un día: «Incluso si nos  muriéramos los dos exactamente en el mismo instante, tal como estamos echados aquí ahora uno al lado del otro, sería seguramente una separación  mucho mayor que la que tanto temes.» Por supuesto que ella no sabía, o al  menos no más de lo que yo sé. Pero estaba cerca de la muerte; lo  suficientemente cerca como para dar en el clavo. Solía citar una frase:  «Sólo dentro de la soledad.» Decía que lo que sentía era algo así. ¡Y cómo  iba a ser de otra manera! Resultaría infinitamente improbable. Tiempo,  espacio y cuerpo eran los verdaderos elementos que nos unían, los hilos de  teléfono a través de los cuales nos comunicábamos. Si se corta uno de ellos  o los dos al mismo tiempo, para el caso es lo mismo, ¿cómo no va a  interrumpirse la comunicación? A no ser que se diera por sentado que algún  otro medio de comunicación, radicalmente distinto pero encargado de  desempeñar el mismo trabajo, pudiera venir a sustituir a aquéllos. Y aun en  este caso, ¿se puede concebir un procedimiento tan eficaz como los  antiguos? ¿Es que Dios es un payaso que te arrebata sin más tu cuenco de  sopa para reemplazártelo acto seguido por otro cuenco lleno de la misma  sopa? Ni siquiera la naturaleza hace estas payasadas. Nunca toca dos veces  la misma melodía.

 Hace falta mucha paciencia para aguantar a esa gente que te dice: «La  muerte no existe» o «la muerte no importa.» La muerte claro que existe, y  sea su existencia del tipo que sea, importa. Y ocurra lo que ocurra tiene  consecuencias, y tanto ella como sus consecuencias son irrevocables e  irreversibles. Por ese principio podríamos decir que nacer no importa. Alzo  los ojos al cielo de la noche. Es de todo punto evidente que si me fuera  permitido rebuscar en toda esa infinidad de espacios y tiempos, nunca  volvería a encontrar en ninguna parte el rostro de ella, ni su voz, ni su tacto.  Murió. Está muerta. ¿Es que se trata de una palabra tan difícil de  comprender?

 No conservo ninguna fotografía suya donde quedara un poco bien. Ni  siquiera en mi imaginación soy capaz de reproducir su cara con todo  detalle. Y sin embargo, el rostro extraño de cualquier extraño atisbado esta  mañana entre la multitud puede presentarse ante mí con nítida perfección al  cerrar los ojos por la noche. La explicación es bastante sencilla, creo yo.  Los rostros de los seres a quien mejor hemos conocido, los hemos visto desde tantos ángulos, bajo tantas luces y dotados de tantas expresiones  (paseando, durmiendo, riéndose, llorando, comiendo, hablando o  pensando), que todas estas impresiones se nos enmarañan simultáneamente,  dentro de la memoria y quedan confundidas en un simple borrón. Pero su  voz está todavía viva. Su voz añorada que en el momento menos pensado  me puede convertir en un niño que se echa a llorar.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

QUERIDAS LECTORAS QUERIDOS LECTORES (5-SEPTIEMBRE-2025 ANAGRAMA)


 En "Los nombres de mi padre", la nueva obra de Daniel Saldaña París, el autor pone en boca de uno de sus protagonistas las teorías marxistas que describen la familia como un constructo del capitalismo y reflexiona sobre la vigencia de esas ideas tras más de un siglo de haber sido planteadas. Lo hace partiendo de Friedrich Engels y su canónico ensayo El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), donde el filósofo desarrolló una de las más conocidas críticas a la institución familiar. Desde una perspectiva materialista e histórica, la vinculó al origen de la economía y a las formas de organización social. Esto es: la familia no es una entidad natural ni eterna, sino que se trata más bien de una creación histórica. La familia, tal y como la conocemos (monogámica, sólida, nuclear) no tiene nada que ver con esos primeros estados primitivos con formas familiares comunitarias, y su estructura actual está totalmente ligada al desarrollo de la propiedad privada y el capitalismo.


Con el final del verano, llegan las noticias sobre las rupturas amorosas, divorcios y familias que, después de demasiado tiempo compartido, dejan de serlo. Puede que las vacaciones sean una suerte de reto para una institución basada en la economía y la propiedad: ¿qué ocurre cuando el verano pone en primer plano la escucha, la intimidad, los afectos y la necesidad imperiosa de ver al otro, de tenerlo en cuenta?


Sobre la familia y esta cuestión fundamental que acabamos de plantear se alinean algunas de las obras que vamos a lanzar en el inicio de este nuevo curso, casi como hilo temático o itinerario de lectura. Es el caso, por ejemplo, de Astillas, la crónica que firma Leslie Jamison sobre «el desastre de Chernóbil de su divorcio» poco después de tener una hija con su marido. Desde sus vivencias como «hija del divorcio» hasta las precarias conexiones que establece después del suyo propio, la autora se adentra en la complejidad de las relaciones modernas para transitar el fracaso amoroso y la búsqueda tenaz de una nueva identidad como mujer.



Desde otro ángulo lo enfoca Andrea Bajani en El aniversario, libro que le ha valido el Premio Strega 2025 y en el que se plantea si hay posibilidad y qué sucede cuando se rompen los lazos con la familia. En la novela, el protagonista afirma: «Hace diez años (…) vi a mis padres por última vez. Desde entonces he cambiado de teléfono, de casa, de continente, he levantado un muro inexpugnable, he puesto un océano de por medio. Han sido los diez mejores años de mi vida». Y aunque parezca un testimonio aterrador, está a la vez lleno de esperanza.


También lo hace Ocean Vuong, quien, en El emperador de Alegría, (en catalán bajo el título L'emperador d'Alegria) sigue explorando las vivencias de los márgenes, desde donde se generan vínculos improbables de enorme empatía que van más allá de la susodicha familia, como el que crean Hai, un chico de diecinueve años que es salvado de un suicidio por Grazina, una anciana atrapada en los laberintos de la memoria; o Mariana Enriquez, con Cómo desaparecer completamente y su descripción desesperanzada de una familia rota que vive también en los márgenes, en este caso los de una Argentina asolada por la crisis de principios de los 2000; o Ariana Harwicz en Matate, amor, el relato desgarrador que gira alrededor de una maternidad monstruosa; o Juan Tallón con Mil cosas y Olga Ravn con Mi trabajo, quienes exploran la imposibilidad de dedicarse a la familia y los cuidados en el ritmo diario del turbocapitalismo y las consecuencias que ello conlleva; o el ya citado Los nombres de mi padre, de Daniel Saldaña París, donde se explora el pasado familiar y cómo este define la arquitectura de nuestras vidas.


Basta con mirar de cerca a la familia para ver cómo se resquebraja, cómo se transforma, cómo, a veces, no se sostiene. Eso sí, entre sus ruinas florecen otros pactos posibles: vínculos elegidos, afectos inesperados y redes que no responden a la sangre. ¿Qué sociedad podría alzarse si diéramos espacio y relevancia a esas nuevas formas de relación? ¿Qué mundo nos esperaría más allá de la familia?.

Novedades

De la semana


Estamos de vuelta tras el periodo vacacional con muchas novedades: empezamos en «Panorama de narrativas» con El aniversario, de Andrea Bajani, galardonada con el Premio Strega 2025, una extraordinaria novela que desmantela el mito de la familia como refugio incondicional. La traducción es de Carlos Gumpert.

«Narrativas hispánicas» trae una recuperación imprescindible de Mariana Enriquez: Cómo desaparecer completamente. Publicada en 2004 después de la crisis económica argentina, es una novela que reflexiona sobre la fragilidad de las estructuras familiares y la facilidad de romperlas para siempre. La tenéis disponible también en formato audiolibro con narración de Mara Brenner.

En «Argumentos» publicamos El sentido de la naturaleza, de Paolo Pecere, traducido por Xavier González Rovira, un ensayo que, con las herramientas de la filosofía, la antropología y la ecología, nos invita a imaginar otro futuro en el que la ciudad moderna y la naturaleza puedan coexistir.

Continuamos en «Crónicas» con La hermana, de Liliana Viola, 6.º Premio Anagrama de Crónica / Fundación Giangiacomo Feltrinelli, que reconstruye el perfil de la reconocida monja argentina Martha Pelloni, implacable en la búsqueda de justicia, al tiempo que una radiografía de la desprotección de los débiles frente a un poder que confabula para tapar la verdad.

Le sigue El verano de los inocentes, de Roger Mateos, quien emprende una rigurosa investigación para reconstruir la historia de Xosé Humberto Baena Alonso, el último fusilado del franquismo. Un episodio histórico que no se debe olvidar.

En «La Bella Varsovia» publicamos Amarilla, de Marta Sanz, un poemario febril que es a la vez un acto de resistencia y una geografía íntima atravesada por la enfermedad, el deseo y la memoria.

A «Llibres Anagrama» publiquem La ciutat errant, de Cesc Martínez, qui, fent servir l’estructura d’una road story i la tècnica del collage, ofereix una reflexió en marxa sobre la terra narrant un viatge entre el país real i el literari.

Y cerramos con «Compactos», que nos trae Klara y el Sol, de Kazuo Ishiguro, una conmovedora novela narrada desde la perspectiva de una Amiga Artificial que se hace preguntas muy humanas sobre la empatía, la memoria, el amor y lo que nos define como humanos.

Pildoras

Para el día

Honrarás a tu padre y a tu madre         

Para seguir escarbando entre los pliegues de la temática familiar, os proponemos este itinerario de lectura con el que ampliamos la selección de títulos de Anagrama que indagan en las complejas relaciones genealógicas con aquellos que nos precedieron, ponen de manifiesto las muchas versiones de una misma historia familiar y, en general, exploran cuánto de nuestros padres perdura en nosotros y lo que somos capaces de hacer (o no) como miembros de una familia.

El padre    

Si hay un mito sobre la institución familiar, una figura poderosa y llena de contenido simbólico, es el padre. El psicoanálisis se ha encargado de desentrañar su poder: Freud y el complejo de Edipo lo explican como esa figura que introduce la ley, la norma, la prohibición y marcan la entrada del niño en el orden social. Es imposible no leer la Carta al padre de Kafka desde esta perspectiva, que empieza con esa famosa confesión: «Queridísimo padre: hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo». La última novela de Daniel Saldaña París, Los nombres de mi padre, está encabezada por un epígrafe de Jacques Lacan, otro tótem del psicoanálisis: «Henos aquí con un hijo y, después, dos padres.» Y la pregunta de fondo, la que compartimos con el protagonista, Camilo, así como con Kafka, es si es posible conocer del todo a nuestro propio padre.


La familia y el horror                

De todas las declinaciones literarias de la familia, merecen una mención especial las que hacen de la ficción un espacio para dejarse ir e imaginar las peores pesadillas que esta puede gestar. Como avanzábamos en el texto principal, lo hizo Ariana Harwicz hace unos años en Matate, amor, obra que sedujo de tal manera a Martin Scorsese que decidió producirla para llevarla a la gran pantalla bajo la dirección de Lynne Ramsay con Jennifer Lawrence y Robert Pattinson como protagonistas. Queda todavía por ver si la película, que se estrenará en España el 21 de noviembre, captura la brutalidad con la que Harwicz narra el desprecio a la maternidad, la locura de la soledad y el horror de la separación. ¿Puede el lenguaje cinematográfico capturar la única libertad posible que Harwicz encontró en las palabras?


Fuera

De pagina

Estrenamos nueva web

El nuevo curso no solo se inicia con nuevos libros, también lo hace con el estreno del nuevo diseño de nuestra web. La razón: diversificar la función de catálogo y convertirla también en un espacio que recoja todo lo que exploramos más allá de los libros. Es por eso que hemos creado una sección titulada «Fuera de página», donde compartimos artículos exclusivos firmados por los autores de Anagrama, recuperaciones de textos que forman parte del archivo histórico de la editorial, itinerarios de lectura que ensanchan los límites de los géneros literarios, entrevistas, pódcast propios y toda la información relacionada con los seminarios y clubs de lectura que impulsamos desde la editorial. Le damos a esta sección un rincón especial en esta newsletter, bajo el mismo título, para poder compartir con vosotros este material. Os invitamos a que visitéis la nueva web y nos deis vuestro parecer.




La venganza de las hermanas Lisbon, por Lucía Lijtmaer

Un artículo sobre Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides


«Las hermanas Lisbon, como una única Medusa, cumplen su designio: ningún mortal está a la altura de ellas porque ningún mortal se atrevió realmente a conocerlas, solamente quiso mirarlas.»

Editorial Anagrama



sábado, 6 de septiembre de 2025

ROSA MARÍA DE LAS MERCEDES CASAFUS LONDOÑO EL ARTE DE ENVEJECER CON ALTIVEZ Y TERNURA (A SU HIJO MARCEL)

  No creo en absoluto en la libertad del hombre en un sentido filosófico. Actuamos bajo presiones externas y por necesidades internas. La frase de  Schopenhauer: «Un hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede  querer lo que quiere», me bastó desde la juventud. Me ha servido de  consuelo, tanto al ver como al sufrir las durezas de la vida, y ha sido para  mí una fuente inagotable de tolerancia. ALBERT EINSTEN.


El eje fundamental de la familia Buendía en "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez es Úrsula. Ella se encarga de organizar las cosas importantes, no sólo de su casa sino de Macondo en general. Es una mujer autoritaria, dedicada, emprendedora, supersticiosa, activa, espontánea, generosa, severa, tenaz, con un carácter muy fuerte, laboriosa e intuitiva lo que provoca que contraste fuertemente su temperamento y el de su esposo (esposa de su primo José Arcadio Buen Día) aunque siempre cedía a las elocuencias de su marido. Era sobre todo  defensora de su familia antes que nada. 

Doña Rosa tiene mucho de esta legendaria mujer de la literatura. Hay una palabra que la define a cabalidad: Ternura. El tejido social aún tiene como núcleo vital la familia, pese a la reducción de la misma y a su trasformación. Fátima en Medellín es un barrio de clase media, con el tiempo se ha llenado de talleres automotrices  especializados, por esa metamorfosis permanente de las ciudades. Aquí nacieron por gracia de una pléyade de mecánicos jóvenes hace más de 20 años, muchos de ellos egresados del colegio técnico: "El Pascual Bravo". Su hijo Marcel es uno de estos emprendedores y junto con doña Rosa dirige su propio negocio, donde el servicio y la atención al cliente son el eje que les ha permitido sobrevivir en medio de mucha competencia. 

La vejez es un proceso inexorable, nos llega sin darnos aviso y nos cambia de alguna manera la vida. “Envejecer es como escalar una gran montaña: Mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena.” En las mañanas muchas veces veo desayunar a doña Rosa en el mismo negocio de siempre. Su mirada  es altiva y sin pensarlo va poco a poco, como los buenos capitanes de barco programando la Bitácora del negocio. En esta esquina, muy cerca de la treinta y tres, debajo del puente de la 65 o a un lado para ser más precisos, pasa los días con su hijo Marcel y su hija Mariena. Asumen retos, entregan y reciben autos con todo tipo de problemas mecánicos, en una rutina donde la compañía y la solidaridad es el hilo y eje de sus labores.

Recuerdo la familia de la novela "Orgullo y prejuicio" de Jane Austen. Es una obra que aborda desde un punto de vista crítico la sociedad de su época, cuestionando aspectos claves como la ley de propiedad y el rol de la mujer. La actitud casamentera de su madre y la belleza de su segunda hija sirven de pretexto para reflejar la  sociedad inglesa del siglo XIX. La trama es rica y muestra una clara preocupación en retratar los detalles de la sociedad con su cultura, sus hábitos y sus valores morales. Como se percibe rápidamente, la dualidad entre el amor y el dinero es el engranaje que mueve la narrativa. Cómo una familia muy pequeña de Medellín sirve para mostrar el talante del antioqueño trabajador y emprendedor. Marcel, doña Rosa y su hermana son el ejemplo de una clase que sólo mira en lo que hacen día a día, como la única forma de contribuir en pequeña escala con la sociedad, dando trabajo y cumpliéndole honestamente a su clientela, que entre otras cosa es muy fiel.

Doña Rosa camina muy lento, es silenciosa y sabia, escucha mucho y su felicidad son sus hijos y nietos, diría su familia en general. Gabriel García Márquez decía que “El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad". A mí en particular la soledad me pega muy duro. Cuando veo una familia feliz, me enaltece. 

Pascual Bruckner en "La orgía perpetua" frente a esta sociedad banal que nos entorpece tanto, que nos mantiene en todas partes y ninguna, escribió: "El proyecto de ser feliz tropieza con tres paradojas. Se refiere a un objeto tan indistinto que, a fuerza de imprecisión, se vuelve intimidatorio. Desemboca en el aburrimiento o en la apatía en cuanto se realiza (en este sentido, la felicidad ideal sería una felicidad siempre saciada y siempre hambrienta que evitase la doble trampa de la frustración y de la saciedad). Y, finalmente, huye del sufrimiento hasta el punto de encontrarse desarmada frente a él en cuanto éste resurge". Cuando veo a Doña Rosa siento que la felicidad es un encuentro con la sencillez, las buenas maneras y hacer lo pertinente, así de simple. 

En nuestra sociedad tan convulsionada por tantas violencias, necesitamos más familias como la suya. Este es un buen ejemplo. Ojala doña Rosa nos acompañe por muchos años. Buena mar y buena vida

martes, 19 de agosto de 2025

La colaboración Borges-Bioy: el espejo cóncavo de la escritura

 Borges decía que, para poder escribir junto a Bioy Casares, ambos tenían que abandonar tanto la vanidad como la cortesía. Aunque muchos críticos consideren que ese tercer escritor creado por ellos –Bustos Domecq o Suárez Lynch– es un mero divertimento, en realidad condensa, desde una visión esperpéntica, los intereses que vertebran la obra de los dos narradores argentinos.

por

Raquel Mosqueda Rivera

18 agosto 2025




Quizá haya poco que agregar respecto a la intensa colaboración entre Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges.1 Sin embargo, además de intentar una síntesis de esta compleja dinámica de coescritura que derivó en la conformación de los autores Honorio Bustos Domecq y B. Suárez Lynch –los dos seudónimos empleados por Borges y Bioy para sus escritos en conjunto–,2 estas líneas pretenden esbozar que, detrás de los desdobles que les permitieron “construir” un tercer o cuarto escritor, es posible entrever no solo un ejercicio que ha sido calificado por algunos como un mero divertimento, sino una “poética deformada”. Es decir, los relatos y las crónicas de Bustos Domecq llevan al extremo algunas de las principales preocupaciones temáticas o estéticas que tanto Borges como Bioy expresan en sus obras consideradas “serias”. Tal pareciera que estos textos no solo constituyen una parodia de géneros (el policial o el fantástico), sino una propuesta distorsionada, deformante, absurda y teatral –en otras palabras, esperpéntica– de la escritura desarrollada en la obra de los dos narradores argentinos.

La primera colaboración ocurre en 1942 con la novela firmada por H. Bustos Domecq Seis problemas para don Isidro Parodi. Aunque el apellido de este célebre protagonista sugiera la presencia inmediata de la parodia del género policial –sobre todo tratándose de un recluso que, desde la celda 273 de la Penitenciaria Nacional, resuelve con suma facilidad los asesinatos planteados por una serie de estrambóticos personajes–, Borges mismo refutó esta visión cuando afirmó que buscaron un apellido que pareciera italiano. Los seis problemas planteados a este peluquero inculpado de un crimen que no cometió se rigen por las reglas del más puro policial: un misterio resuelto que devuelve el orden al mundo; una víctima (no del todo inocente); un detective que, aunque preso, es sagaz observador. El único elemento en “desajuste” con el género pareciera ser el modo de contarlo: el tono burlón, hasta festivo, con que se narran los diversos episodios. A nadie parece importarle la muerte o el crimen cometido, la crítica se dirige al retrato absurdo de un aparato de justicia que encarcela a quien tiene más a mano (como el caso del mismo Parodi), pero que es incapaz de dar con los verdaderos culpables; lo que, por encima de una parodia, representa, aún en nuestros días, una aproximación bastante fiel a la realidad.

Respecto a cómo fue el proceso de escritura de los volúmenes firmados por Borges y Bioy persiste la anécdota de Silvina Ocampo, quien recuerda encontrarse detrás de una puerta escuchándolos reír;3 aunque también los propios autores dejaron un testimonio al respecto. Dice Bioy:

"Escribíamos habitualmente por las noches. Conversábamos libremente sobre la idea que teníamos acerca de un tema hasta que se iba formando, casi sin proponérnoslo, un proyecto común. Luego me sentaba a escribir, antes a máquina, últimamente a mano, porque escribir a máquina ahora me da dolor de cintura. Si a uno se le ocurría la primera frase, la proponía y así con la segunda y la tercera, los dos hablando. Ocasionalmente Borges me decía: “No, no vayas por ahí”, o yo le decía: “Ya basta, son demasiadas bromas.”4


Para Alan Pauls, quien prologa Alias, el volumen que compila la totalidad de colaboraciones narrativas entre Borges y Bioy, la mecánica fue un tanto distinta:


Como se sabe, Borges y Bioy Casares compartieron cincuenta años de amistad literaria, buena parte de los cuales los pasaron encerrados, escribiendo juntos. La dinámica de esos cónclaves era más bien misteriosa. Se sabía que Borges, quince años mayor, solía engolosinarse: se cebaba fácil, perdía el hilo y se iba por las ramas. Bioy, secuaz fiel, compartía esos entusiasmos y los acompañaba, hasta que veía lo lejos que habían quedado de la costa y procedía a frenarlo. Borges era pura inspiración y brillantez verbal; Bioy defendía cierta sensatez narrativa, la eficacia de un contar natural, seco, cuanto más invisible mejor.5


Esta opinión repite cierto tópico común, la idea de que Bioy fue siempre algo así como un mero cómplice y quien “ponía freno” a la inventiva borgiana; sin embargo, la postura de Borges apunta hacia otra dirección, una donde ambos tuvieron una participación igual e indistinguible en esta escritura conjunta:

A menudo me han preguntado cómo es posible la colaboración. Creo que requiere un abandono conjunto del ego, de la vanidad, y tal vez de la cortesía común. Los colaboradores deben olvidarse de sí mismos y pensar solo en términos de trabajo. De hecho, cuando alguien quiere saber si tal o cual broma o epíteto vino de mi lado de la mesa o del de Bioy, sinceramente no puedo decírselo. He tratado de colaborar con otros amigos, algunos de ellos muy cercanos, pero su incapacidad para ser francos, por un lado, o duros, por el otro, ha hecho que el plan sea imposible. En cuanto a las Crónicas de Bustos Domecq, creo que son mejores que cualquier cosa que haya publicado con mi propio nombre y casi tan buenas como cualquier cosa que Bioy haya escrito por su cuenta.6


Estos asomos a este singular proceso de escritura permiten ver que, aparentemente, ambos se co-fundieron en un tercer escritor. Pero, si en un principio lograron contenerse el uno al otro, su creación amenazaba con consumirlos, tal como admite Bioy: “Cuando estábamos escribiendo uno de los cuentos que después integraría el libro Nuevos cuentos de Bustos Domecq, suspendimos el trabajo porque sentíamos que nos estaba devorando esa especie de autor que habíamos creado los dos. Bustos Domecq se había convertido en un bromista insoportable, similar a Rabelais, autor que no nos gustaba.”7


A Los seis problemas le seguirá Dos fantasías memorables (1946), relatos donde el auténtico protagonista es el lenguaje, excesivo, casi barroco. Al igual que los sufridos interlocutores de los narradores que cuentan historias dentro de las historias, el lector, ocupado en tratar de entender los giros y referencias coloquiales del discurso, escucha hasta el final dos cuentos en los que la anécdota pasa a último plano. Baste el cierre de “El signo” como ejemplo: “‘Le agradezco su atención por haberme oído. Solo me resta decirle que le vaya benítez.’ / –Que le garúe finochietto.”


También de 1946 es Un modelo para la muerte firmado como B. Suárez Lynch con prólogo del propio Bustos Domecq, quien declara haberle cedido a este novel narrador su personaje de don Isidro Parodi. Cabe preguntarse, ¿por qué la necesidad de crear otro escritor? ¿Por qué no atribuir de nuevo esta obra únicamente a Bustos Domecq? Aventuro que no se trata tan solo de “embromar” una y otra vez al lector, sino de un procedimiento común a la escritura de ambos escritores: la de un universo dentro de otro, o mejor dicho, la de una creación cuyo creador se pierde en el inicio de los tiempos, un dios o gólem que da origen a otro y este a otro y así ad infinitum, y que, con ello, consigue poner en duda la propia realidad como en “Las ruinas circulares”, “La trama celeste”, “El jardín de senderos que se bifurcan” o Plan de evasión. Quizá terminemos por preguntarnos qué prodigioso escritor está detrás de la invención de Borges y de Bioy. La trama y el desarrollo de este texto colindan en mucho con la comedia bufa, con un teatro del mundo en el que un resignado Parodi no tiene más que aguantar en su celda la presencia (a veces simultánea) de todos los involucrados. Y, aunque finalmente resuelve el crimen, nunca escuchamos su voz.8


A estas obras les siguen los dos guiones para cine: Los orilleros y El paraíso de los creyentes (1955).9 En el prólogo del primero, ambos anotan:


Hasta aquí, lector, las justificaciones lógicas de nuestra obra. Otras hay, sin embargo, de índole emocional; sospechamos que fueron más eficaces que las primeras. Sospechamos que la última razón que nos movió a imaginar Los orilleros fue el anhelo de cumplir de algún modo, con ciertos arrabales, con ciertas noches y crepúsculos, con la mitología oral del coraje y con la humilde música valerosa que rememoran las guitarras.


Misma lógica “emotiva” que subyace en cuentos como “Sur” u “Hombre de la esquina rosada” de Borges y en El sueño de los héroes de Bioy, que rinden homenaje al valor y a una larga tradición gauchesca de la cual ambos fueron admiradores.


La penúltima colaboración narrativa ocurre con Crónicas de Bustos Domecq (1967),10 y es en este volumen donde me parece que se intensifican hasta su esperpentización algunos de los presupuestos estéticos más recurrentes en la obra Bioy y Borges. Aclaro que, si bien la parodia considera también entre sus alcances una suerte de deformación, esta se produce justo en el sentido de su etimología, es decir, “contra o al lado del canto”; en cambio, lo que las crónicas de Bustos Domecq denotan es un reflejo frente a. En otras palabras, un texto como “Homenaje a César Paladión”, incluido en el volumen, constituye el “enfoque distorsionado y caricaturesco”11 de “Pierre Menard, autor del Quijote”. Así, mientras en el cuento “serio” de Borges se anota que “Componer el Quijote a principios del siglo XVII era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del XX, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos”,12 en “Homenaje a César Paladión” se lee lo siguiente:


Una confidencia divulgada por Maurice Abramowicz nos revela los delicados escrúpulos y el inexorable rigor que Paladión llevó siempre a la ardua tarea de la creación poética: prefería Los crepúsculos del jardín de Lugones a Los parques abandonados, pero no se juzgaba indigno de asimilarlos; inversamente, reconocía que el libro de Herrera estaba dentro de sus posibilidades de entonces, ya que sus páginas lo expresaban con plenitud. Paladión le otorgó su nombre y lo pasó a la imprenta, sin quitar ni agregar una sola coma, norma a la que siempre fue fiel. Estamos así ante el acontecimiento literario más importante de nuestro siglo: Los parques abandonados de Paladión. Nada más remoto, ciertamente, del libro homónimo de Herrera, que no repetía un libro anterior.


A la composición de Los parques abandonados Paladión agregará otros títulos como Thebussianas, El sabueso de los Baskerville o La cabaña del tío Tom; además, “tenía en avanzada preparación el Evangelio según San Lucas, obra de corte bíblico, de la que no ha quedado borrador y cuya lectura hubiera sido interesantísima”. ¿Qué hace distintos a los personajes de Pierre Menard y César Paladión?, ¿por qué el primero es considerado un cuento esencial que enseña a leer la literatura de otro modo y la segunda una mera crónica humorística? La respuesta quizá se encuentre en los propósitos, pues mientras el personaje de Borges intenta la tarea descomunal de “ser Pierre Menard y llegar al Quijote, a través de las experiencias de Pierre Menard”,13 el protagonista de Bustos Domecq pretende: “buscar en lo profundo de su alma y […] publicar libros que la expresaran, sin recargar el ya abrumador corpus bibliográfico o incurrir en la fácil vanidad de escribir una sola línea”. Hasta cierto punto, la obra de este último es más posible por tener un fin también más modesto. César Paladión podría ser pensado, entonces, ya sea como un precursor o un confundido continuador de la empresa de Menard. Digo confundido porque pareciera un mal crítico de Borges, uno que no alcanzó a comprender la hazaña de su personaje y la reproduce (a la manera de un espejo cóncavo) distorsionándola hasta hacerla ridícula y risible.14


Otras crónicas de este volumen podrían ser analizadas bajo esta óptica, por cuestiones de espacio solo menciono una más y su “contraparte” en la obra borgiana. “Una tarde con Ramón Bonavena”, artista que ha ocupado seis tomos en la descripción de la parte norte de su mesa de trabajo y los objetos que hay sobre ella, y que continúa “Empeñado en su labor exigente y casi infinita”, debido a que incorpora “nuevos” elementos a su pieza de observación:


–Ya sé, ya sé. Habla usted de los capítulos dos y tres. Del cenicero sabemos todo: los matices del cobre, el peso específico, el diámetro, las diversas relaciones entre el diámetro, el lápiz y la mesa, el diseño del dogo, el precio de fábrica, el precio de venta y tantos otros datos no menos rigurosos que oportunos. En cuanto al lápiz –todo un Goldfaber 873–, ¿qué diré? Usted lo ha comprimido, mediante el don de síntesis, en veintinueve páginas in octavo, que nada dejan que desear a la más insaciable curiosidad.


¿Acaso esta tarea no es inversa, pero igualmente infinita, al quehacer al que se aboca “Funes el memorioso”? A lo ilimitado de la memoria se opone su reflejo grotesco, la descripción de un mínimo espacio. La ambición parece ser similar: la reconstrucción fiel de cada aspecto de la realidad, pero lo que para Funes representa ser “el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso”,15 para Ramón Bonavena, incapaz de alcanzar tal epifanía, se reduce a tratar de replicar en una escala ridícula la grandeza de la “realidad infatigable” que puebla cada segundo de la vida de Ireneo Funes.


Varios de los diecinueve textos de este volumen están dedicados a inventores o incluso acusan cercanía con tópicos relacionados a la ciencia ficción, género al que, como es sabido, se integra gran parte de la obra de Bioy Casares y en el cual se le considera uno de los pioneros en el ámbito latinoamericano. Por ejemplo, la crónica titulada “Los inmortales”, en la que la materia orgánica del cuerpo es sustituida por cubos de plástico y se “conecta” al cerebro que sigue funcionando. Estas pretensiones recuerdan a los experimentos realizados por Castel en Plan de evasión, quien, en un afán por vencer a la muerte, busca transformar a los prisioneros de la isla donde se desarrolla la novela. Asimismo, la crónica “El teatro universal” parece llevar al extremo la propuesta de La invención de Morel, al volver el mundo un teatro absurdo donde todo es una representación y escritura de la realidad.


En 1977 vio la luz el último libro ficcional de la colaboración entre Borges y Bioy, Nuevos cuentos de Bustos Domecq, que reúne nueve relatos entre los cuales destaca “La fiesta del monstruo”, historia de corte realista que podría emparentarse con “El matadero” de Echeverría por su crítica al poder, y “El hijo de su amigo” que pone en evidencia la ambigüedad moral de toda una sociedad. No puedo dejar de mencionar que en este volumen se incluye el cuento “Penumbra y pompa” donde se produce el encuentro entre los personajes Bustos Domecq, perseguido por sus estafas, y don Isidro Parodi, quien tranquilamente se ha fugado de la prisión.


La constante colaboración entre ambos escritores también se vio reflejada en varios prólogos y antologías.16 Como lo señaló el propio Borges, el trabajo en conjunto solo fue posible gracias al abandono del ego y la consolidación de la franqueza establecida entre los amigos. Esto no significa que alguno haya dejado de lado su visión sobre la literatura, sino que, quizá, apostaron por hacer ellos mismos su propia crítica: el reflejo distorsionado de una escritura, otra más de las innumerables e inquietantes lecciones de estos grandes escritores. ~


Numerosos estudios existen al respecto: el exhaustivo libro de Cristina Parodi (Borges-Bioy en contexto. Una lectura guiada de H. Bustos Domecq y B. Suárez Lynch, 2018), la excelente tesis de María del Carmen Marengo “La obra de Bustos Domecq y B. Suárez Lynch. Problematización estética y campo cultural” (2002) o los incisivos trabajos de Gonzalo Aguilar, Rosa Pellicer, Jaime Alazraki, Daniel Balderston, Sylvia Saítta, entre otros importantes críticos.

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 El nombre se construye con base en los de dos antepasados de los escritores: “Domecq era el nombre de un bisabuelo de Bioy y Bustos de un bisabuelo mío cordobés” en “Honorio Bustos Domecq. Testimonios y lecturas”. El seudónimo de Suárez Lynch tiene este mismo origen. Disponible en www.borges.pitt.edu.

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 Es una tarea pendiente estudiar esta triangulación: la influencia de los juicios y opiniones de Silvina Ocampo, así como su participación en la elaboración de la Antología de la literatura fantástica y su personal manera de “alejarse” del modo fantástico propuesto por Borges y Bioy.

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 “Honorio Bustos Domecq. Testimonios y lecturas”. Disponible en www.borges.pitt.edu.

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 Alan Pauls, “Prólogo” en Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, Alias. Obra completa en colaboración, Barcelona, Lumen/Penguin Ramdom House, 2023. Todas las citas posteriores pertenecen a este volumen.

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 “Honorio Bustos Domecq. Testimonios y lecturas”, op. cit.

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Ibidem ↩︎

El riguroso análisis de esta novela que hace María del Carmen Marengo, además de aclarar algunos aspectos relevantes sobre la publicación el mismo año de Dos fantasías memorables y Un modelo para la muerte, destaca los principales objetivos críticos hacia los cuales Borges y Bioy dirigen sus dardos: el nacionalismo, la pugna entre estéticas hegemónicas diversas (modernismo, decadentismo), las poses escriturales, etc.

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 Alonso Díaz de la Vega resume la colaboración de Borges y Bioy como guionistas de la siguiente manera: “Juntos, los maestros argentinos escribieron cuatro guiones para cine: Los orilleros y El paraíso de los creyentes, quese publicaron en un libro en 1955, y luego idearon un par de películas para el director Hugo Santiago: Invasión (1969) y Los otros (1974). Los orilleros, escrita en 1939 (sic), se convertiría en 1975 en un filme de Ricardo Luna.” Disponible en www.moreliafilmfest.com.

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 Para un excelente análisis de estas crónicas, véase Gonzalo Aguilar, “La disolución del arte (sobre Crónicas de Bustos Domecq)”. Disponible en www.borges.pitt.edu.

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 Patricio Esteve, “Introducción al esperpento (La pipa de Kif)”, en Ramón M. del Valle-Inclán, 1866-1966. Crítica e interpretación. Estudios reunidos en conmemoración del centenario, Buenos Aires, Universidad de La Plata, 1967, p. 282.

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 Jorge Luis Borges, “Pierre Menard, autor del Quijote”, en Cuentos completos, México, Lumen, 2011, p. 114.

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 Jorge Luis Borges, op. cit., p. 112.

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La anécdota que dio origen a la noción estética del esperpento se encuentra narrada por su creador Ramón María del Valle-Inclán en Luces de bohemia (1924), donde Max, personaje central, al pasar por el llamado callejón del Gato en Madrid, ve su reflejo distorsionado en un espejo cóncavo.

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 Jorge Luis Borges, “Funes el memorioso”, en Cuentos completos, pp. 169-170.

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A lo que deben agregarse los más de cien textos (la mayoría muy breves) que conforman el volumen Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Museo. Textos inéditos, edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi, Buenos Aires, Emecé, 2002, que reúne, entre otros, trabajos publicados en las revistas Destiempo y Los Anales de Buenos Aires


miércoles, 13 de agosto de 2025

COLECTFICCION SOBREPASANDO LOS LÍMITES DE LA AUTOFICCION ( PRISCILLA GAC-ARTIGAS -ED-)

 


Esta es una antología de ensayos a partir de la autoficción, ese  "pacto oximorónico" o contradictorio asociando dos tipos de narraciones opuestas: un relato fundado, como la autobiografía, sobre el principio de las tres identidades (el autor es también el narrador y el personaje principal), que sin embargo es ficción en sus modalidades narrativas y en sus paratextos (título, textos de solapa, contratapa, etc.). Se le llama también "novela personal", pues se trata de un cruce entre un relato real de la vida del autor paralelo a una experiencia ficticia creada o vivida por este. Realizo la explicación por ser pertinente aclrarla como forma creativa que se ha impuesto a partir de los lineamiento realizados por el crítico  Serge Doubrovsky, quien fue el crítico que creo el termino, en sus contextos más connotados.

Cuando se utiliza la Colectficción, la compiladora de este interesante libro de crítica literaria, explica cómo nació el mismo como a priori para sus lectores: "Término que acuñamos en el 2017 para describir las obras que, sobrepasando los límites de la autoficción, proponen un nuevo pacto de lectura en el cual, a través de la utilización de recursos discursivos, lúdicos y de experimentación, se invita al lector a participar activamente en la reconfiguración de la historia propuesta. En esta nueva modalidad de contar realidad(es) y ficción(ones), de relatar y reconfigurar historias, se transgreden los confines restrictivos del “yo” de la autoficción en aras de un abarcador y político “nosotros”. 

Desde el nuevo canon de la literatura hispanoamericana (Esta elucidación y límite crítico lo imponen para este estudio) ""publicamos tres artículos en los que fueron germinando las semillas de lo que, concluimos, caracteriza esta nueva modalidad de escritura. El primero trataba sobre la novela del autor colombiano Juan Gabriel Vázquez, "El ruido de las cosas al caer", y el narrador como recolector y relator de signos —a imagen del historiador concebido por Roland Barthes (El discurso de la historia, 1994) — en la reconfiguración de una época histórica. El segundo era un trabajo comparativo sobre metaficción y autorreferencialidad en dos novelas del cono sur: "El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia", del argentino Patricio Pron, y Formas de volver a casa, del chileno Alejandro Zambra3. Y el tercero trataba sobre la obra "Poco hombre", Pedro Lemebel, "Crónicas escogidas", de dicho escritor chileno"".

Es un proceso de búsqueda, de entender cómo se estaba dando un nuevo estilo creativo que cuenta cono más participación del lector, que lo obliga a ser un actor pasivo en ese dúo escritor-lector, como paralelo inexorable. "Cada estudio nos fue entregando claves de lo que se estaba produciendo en la literatura hispanoamericana, sobre todo la que se movía entre las aguas de las escrituras del yo, en particular las de ficción autorreferencial y autoficción. A través de las conexiones establecidas entre todas estas obras presentíamos que la autoficción en Hispanoamérica buscaba un nuevo “itinerario”, para utilizar el término empleado por Manuel Alberca al hablar del viraje hacia la autobiografía que tuvo lugar en la literatura española en años recientes (2017:15); aún no lográbamos aprehenderlo y conceptualizarlo, aunque sí intuíamos que se caminaba hacia algo nuevo".

Está claro "La riqueza multidimensional de los trabajos aquí comprendidos —diversidad geográfica de los autores estudiados y de los medios creativos analizados (literatura, cine, arte y fotografía); interdisciplinaridad; e inclusión de análisis tan necesarios como oportunos sobre literatura gay y trans— convierte este volumen en punta de lanza en el estudio de este nuevo itinerario transitado por la literatura y las artes hispánicas desde finales del siglo XX, donde, junto al lector, se busca reconfigurar la colectficción de una época".

El texto desde su introducción es un bocado para aquellos lectores y estudiantes de literatura, filólogos, como herramienta de elucidación crítica. 

Este es el índice:

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sábado, 9 de agosto de 2025

ENTRE LA LOCURA Y LA RAZON DIMENSIONES PARA SER MÁS GRANDE Y COHERENTE CON MI MUNDO INTERIOR (VALENTINA LONDOÑO)

 El ser humano está conformado por unas dimensiones que interactúan entre sí: El cuerpo físico, la mente y el aspecto emocional, entre muchas. La capacidad de conocerse tienen que ver siempre con ellas. Me ha pasado con la literatura y con las personas, que muchas veces una sola mirada, una conversación muy corta, un texto simple me enseñan más, que muchas disertaciones largas o textos con pretensiones de ser  profundos. En todo caso la experiencia es la puerta a la comprensión de la vida. Con Valentina me sucedió algo inusual. La conocí entre los estertores de la rutina, en un lugar donde busco refugio y soledad. Ella, es una mujer hermosa, con una actitud indescifrable que despierta mil interrogantes y muchas suspicacias, tiene la facultad de enamorar sólo con la presencia a muchas personas. La misma virtud de Beatriz que enloqueció a Dante Aligueri, el escritor de la "Divina Comedia" y fundador de la lengua Italiana. Como pasa con los encantos, con las grandes historias, lo que nace por ello, termina en tragedia. Eso le pasa a esta hermosa mujer. Las personas siempre esperan más de lo que puede entregar, muy a pesar que nunca esta de oferta. 

Vale, hija de una pareja, que se reunió en Medellín en circunstanciales difíciles, emprendedores por naturaleza, el venía de Armenia, ella una paisa a carta cabal. Se enamoraron y se casaron. Ahora, intento adivinar, fue en los convulsos años de la década de los 90 del siglo pasado, que por razones que no puedo explicar, al final, su hija, años después, terminó estudiando en el famoso colegio 10 de mayo del barrio Agua Blanca en Cali, donde se graduó de bachiller. Es una comuna convulsa, de alguna manera es la síntesis del país, se vive lo divino y el pecado, la virtud y la traición. El ser humano allí siempre está cercano a la muerte y la vida nace de la guerra, la gente permanece en una euforia perpetua, es el barrio de la juventud que haría los procesos más resistentes contra los poderes enquistados de este país, paró a todo una nación tan solo hace tres años. De este sitio Vale recogió, todo lo que la hace fuerte y le permite sobrevivir a las vicisitudes de la vida. Hay una sentencia famosa, de la gran filósofa Hanna Arend para esta experiencia: "Distingue entre las actividades humanas: "labor, trabajo y acción. La labor corresponde a las necesidades biológicas, el trabajo, a la producción material, y la acción a la actividad política y la interacción en la esfera pública, la vida en general se debe a la coherencia con su interior. La acción, en su visión, es la forma más elevada del ser, porque permite la pluralidad, la libertad y la creatividad". El Distrito le enseñó a ser una mujer de acción, con decisiones, no importa que pase, una vez tomadas, no hay vuelta atrás, cuando llegan, retroceder no es una posibilidad. En estos momentos vive en el municipio de Bello en Antioquia, muy cerca de Medallo. Se que es una experta en el mundo digital, en las redes y por naturaleza una excelente vendedora. Es un mundo imaginario y fantasioso, pero, le ayuda a escapar de los avatares de una realidad difícil y a sobrevivir de acuerdo a sus gustos y aspiraciones. 

Es un hecho, las mujeres Hermosas siempre tratan de huir de los estereotipos, pese a que muy pocas lo logran. Son conscientes que el concepto de la banalidad del mal ha cambiado, pues las miradas que reciben están llenas de intereses no santos, la forma en que se comprende la complicidad y la responsabilidad, tiene que ver con esto, ser cómplice de alguien o de una pareja, implica recibir lo bueno y lo malo, pero como los negocios, cada quien espera entregar algo y recibir demasiado. 

La conocí en una conversación que no duró más de cuarenta minutos. Me puso a pensar en "Orgullo y prejuicio" de Jane Austen. Recordé a propósito de este libro una frase que creo describe a Vale en ciertos momentos: "Es un asunto muy desdichado y probablemente será muy comentado; pero hemos de sobreponernos a la oleada de la malicia y derramar sobre nuestros pechos heridos el bálsamo del consuelo fraternal". Sus padres son ese bálsamo que siempre le da consuelo.

También me evocó a Mata Hari, esa expía que engañó en la segunda guerra mundial, a Aliados y a Nazis. No por perversidad, sino por estar en una encrucijada de hombres absolutamente perversos. En la vida, más en esta sociedad de consumo, entre la auto explotación, la vanidad y la trama, debemos necesariamente de armarnos de mecanismos para sobrevivir, solo esto nos permite resistir. Vale, ha guardado y callado muchas veces, sobre todo frente a personas muy cercanas y a quienes nos les da el gusto de replicar. Esto en ocasiones le atormenta mucho.

Por Cioran he sabido que no son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente con el tiempo. De la misma forma, encontrarse con personas que por su naturaleza, siempre nos llevan a pensar, es una forma de aprender. Eso me enseñó Valentina Londoño, en un solo día, con su belleza, desparpajo y esa forma tan bella de ser. Gracias a la tienda de Karen conozco personas indescifrables y amables, ojala este lugar, mantenga su encanto.


domingo, 27 de julio de 2025

QUERIDAS LECTORAS,QUERIDOS LECTORES (ANAGRAMA 18 DE JULIO 2025)

 


«Después de un verano abrasador, las cascadas están secas y la vegetación bastante marchita», escribe Oliver Sacks a sus padres, en una carta del 29 de septiembre de 1960. Habla del parque nacional de Yosemite, donde ha ido a pasar el fin de semana. El paraíso californiano no es como se lo esperaba: el agua no cae por las cascadas, y las plantas y los árboles están secos, adormecidos. A pesar de esa imagen decadente, al sentirse inmerso en la arboleda de secuoyas gigantes, unos seres de cuatro mil años de edad, enormes, con treinta y tres metros de circunferencia, tan viejos, el neurólogo escribe que tiene la impresión de que deben poseer algo de conciencia, «aunque solo sea de la luz, el crecimiento y el dolor».

Cuando Sacks escribió esta correspondencia, recogida en el libro Cartas, el término «ecoansiedad», que se ha popularizado en los últimos años para hacer referencia a la ansiedad crónica relacionada con la crisis ambiental y civilizatoria (especialmente el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación y la degradación del medio ambiente), todavía no existía. En 2017, la Asociación Estadounidense de Psicología (APA, por sus siglas en inglés) publicó un estudio titulado «Mental Health and Our Changing Climate», que sirvió como punto de partida para varias indagaciones de sociólogos, psicólogos y activistas climáticos. En esta investigación fundacional se describe cómo el cambio climático tiene grandes impactos en los humanos, en el ámbito individual y en el ámbito comunitario y social.


Sacks no utiliza el término porque entonces, en los años sesenta, tampoco se tenía la conciencia colectiva que existe hoy sobre el colapso climático: unas cascadas secas y una vegetación marchita no generaban en el observador la sensación de que el mundo se estaba acabando de una manera implacable. De hecho, la «ecoansiedad» se define por el miedo constante al futuro ambiental, la sensación de impotencia o desesperanza ante la imposibilidad del cambio, la culpa ecológica (esa sensación de ser, irremediablemente, parte del problema), la ira o la frustración hacia las empresas o personas que ignoran la crisis, y, en algunos casos, incluso puede provocar ataques de ansiedad, insomnio o depresión. 


¿Cómo describiría hoy Oliver Sacks el parque de Yosemite después de un verano abrasador? ¿Cómo retrataría la angustia, el agobio, la sensación de final al percibir los fuegos que devoran los bosques del mundo? Tal vez la pregunta sea si todavía queda algo que decir.


NOVEDADES

DE LA SEMANA



Esta semana publicamos en formato audiolibro Memoria estremecida, de Jesús Moncada, uno de los autores catalanes más importantes y galardonados del siglo XX. A partir de un oscuro crimen en 1877, la historia revive los mitos, las culpas y las voces de una localidad de Zaragoza, creando así un mundo mítico en el que imaginación y realidad se entrelazan. Una espléndida novela sobre el peso de la memoria y los secretos que persisten. La traducción es de Pepe Ferreras y la narración de Frank Capdet, Roser Batalla y Pablo Adán.

Píldoras

Para este día


La era de la ebullición


El mes de julio empezó con una ola de sofocante calor en toda España. En Grecia, se descontrolaban los incendios que ardían en Atenas y Creta y que exigían evacuar a más de cinco mil personas. En Barcelona, se registró la temperatura más alta de toda la historia en un mes de junio. En 2023, el secretario general de la ONU, António Guterres, sentenció: «La era del calentamiento global ha terminado. La era de la ebullición global ha llegado». Hay, aun así, relatos que intentan huir del apocalipsis, como el de Hannah Ritchie en El mundo no se acaba, un ensayo que demuestra con datos cómo podemos todavía revertir el destino y encontrar respuestas correctas y cambios necesarios para sobreponernos al ruido que pronostica nuestro final.

Cli-fi

Si las siglas «Sci-Fi» son la abreviación del término inglés science fiction, las siglas «cli-fi» hacen referencia a lo que podemos definir como ficción climática, climate fiction, un subgénero dentro de la ciencia ficción o de la literatura especulativa que imagina escenarios relacionados con el cambio climático. Tramas que se ubican en el presente, pasado o futuro, en tiempos indeterminados, y que muestran los impactos sociales, económicos y ecológicos del calentamiento global y la crisis civilizatoria. Algunos han calificado La carretera, de Cormac McCarthy, como uno de los primeros ejemplos de este subgénero, pero hay otros grandes ejemplos, como El ministerio del futuro de Kim Stanley Robinson o La parábola del sembrador de Octavia E. Butler. En Anagrama podríamos inscribir en este género el libro La infancia del mundo de Michel Nieva.

Los humanos: una minoría dominante

El escritor y filósofo Ailton Krenak, ecologista y activista indígena del pueblo Krenak en Brasil, escribió que, cuando afirmamos que nos hemos cargado el mundo, no somos del todo precisos: la sentencia solamente sería cierta si al decir «nosotros, los humanos», nos refiriéramos al club exclusivo de la minoría dominante. Las subhumanidades, en términos del filósofo, aquellos que quedan fuera de este clan, no han causado la destrucción, pero han sido, en cambio, los primeros en sufrirla. Son también subhumanos aquellos que han imaginado otras formas de estar en el mundo, otras nuevas ideas para encontrarnos y existir: contra la agencia destructora, responsabilidad creadora.



Contra toda esperanza

En un titular en El País, Eliane Brum, la periodista y documentalista que se mudó de São Paulo a Altamira, el epicentro de la destrucción de la Amazonia, dijo que la esperanza no nos salvará. Brum, autora de La Amazonia, un magnífico retrato de la devastación del pulmón del mundo, considera que la esperanza se ha convertido en un objeto de consumo más. Una falsa redención: terminar las conversaciones tristes con finales esperanzadores, insistir en la esperanza para no quedarse con mal gusto de boca, no son sino mentiras que trabajan como si el tiempo no dejara rastro al avanzar. Por eso dice Brum que viene desde el futuro: para advertir que las comunidades indígenas que sobreviven al fin del mundo desde hace más de quinientos años, cuando llegaron los colonizadores, no lo hacen a base de esperanza, sino de lucha.

Esther García Llovet gana el Premio Celsius

Los guapos, de Esther García Llovet, ha ganado el Premio Celsius a la mejor obra de ciencia ficción y fantasía en la Semana Negra de Gijón. En palabras del jurado, «con un estilo personalísimo, Los guapos, se adentra en lo fantástico desde la cotidianidad más reconocible» y tiene la «capacidad de generar una atmósfera extraña e inquietante a partir de lo real, dando forma a una novela que escapa a las etiquetas convencionales y se consolida como una de las propuestas más originales del año en el panorama fantástico».