Son cuatro patinadores que convergen desde distintos puntos de la ciudad, se reúnen en un sitio equidistante para todos: Miguel Ángel, las dos Angelas y Valentina. La sensación de patinar es inigualable, parecen volar y el roce con la fresca brisa matinal sobre sus rostros produce un aire de libertad infinita difícil de describir. Los grupos de patinadores, más de cien de ellos, una vez a la semana se toman la ciudad, como una gran bandada de aves migratorias, son un espectáculo en las calles y el ejemplo de que cosas buenas se pueden hacer alrededor de un deporte de manera espontanea y con cierta locuocidad.
El patinaje tiene sus raíces en la antigua civilización egipcia, donde se utilizaban patines con ruedas hechas de hueso o madera. Sin embargo, los patines modernos fueron inventados por Jean-Joseph Merlín en 1760, quien creó los primeros patines en línea. Posteriormente, en 1819, Petitbled desarrolló los primeros patines de cuatro ruedas paralelas, que permitieron un mejor control y estabilidad. Estos avances sentaron las bases para el desarrollo del patinaje que conocemos hoy en día. Colombia es una potencia en patinaje y curiosamente aún no es un deporte olímpico. Sí fuera así, ganaríamos muchas medallas de oro, se piensa de manera perversa que será declarado deporte olímpico cuando las potencias estén cercanas a nuestro nivel de competitividad.
Valentina es la líder del grupo, es un liderazgo natural, nacido de la cofradía que se fue fraguando alrededor de estos recorridos matinales. Las angelas, muy jóvenes, con la arrogancia natural que produce la belleza en un deporte más cerca de la levedad que del peso. Una de ellas es de Córdoba, un departamento ganadero de la costa y la otra, si no estoy mal, es una paisa. Miguel Ángel es un muchacho Venezolano. Al grupo se le pueden reunir otros patinadores en el recorrido. Patinar, conversar, disfrutar la ciudad desde una óptica diferente, desde la esclerótica y la sensación del vuelo y la libertad absoluta es un bálsamo para el alma.
El grupo una vez terminan de patinar y cumplida una distancia considerable, va parando de tienda en tienda para tomarse unas politas y hablar de lo divino y lo humano. El recorrido finaliza en el parque del rio y concretamente en la tienda de David. Allí se diserta no solo de cómo les fue en el recorrido, sino sobre las cosas banales de la vida, los hechos connotados de la semana, los sucesos relevantes que le haya pasado a cada uno, desde lo anecdótico y sobre todo, de aquellas cosas que nos hacen olvidar las vicisitudes crueles de la vida. Es un paréntesis en el trasegar de la existencia, un fresco necesario. Hablar con este grupo es alucinador, lo importante es manejar un poco de importaculismo que nos permita sobrevivir en un país de locos y gozársela al cien. Buena vida y buena mar.
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